UNA
FECHA MEMORABLE
La publicación de este número del boletín ha sufrido un pequeño retraso. No
obstante, no hay mal que por bien no venga. En efecto, nuestro retraso de un
mes hace que este número del boletín aparezca justamente en el centenario de
una fecha memorable de la vida de Madre Sorazu.
El día 6 de enero de 1911, en la fiesta de la Epifanía del Señor, Madre
Ángeles comenzó la redacción de su Autobiografía,
titulada por ella Mi vida. La
decisión de escribirla fue fruto de su obediencia al mandato que en tal sentido
le impuso el que desde julio del año anterior era su tercer director
espiritual, el que ella llamó mi Padre verdad, el P. Mariano de Vega O.
F. M. Cap. (1871-1946). En efecto, Madre Ángeles le había enviado el 27 de
septiembre de 1910 una larga confesión general por escrito, en la que quiso poner
más de relieve sus pecados anotando algunas gracias con que Dios la había
favorecido. Esto movió al P. Mariano, con el fin de conocerla mejor, a mandarle
-e incluso a urgirle, pues ella se rehusaba- ya en la primera quincena de noviembre,
y de nuevo a finales de diciembre, que escribiera su vida.
La obediencia de Madre Ángeles a su director espiritual en la redacción
de la Autobiografía fue ciertamente
heroica, como lo muestra la carta de enero de 2011 en que ella le comunica el
inicio de ese trabajo:
“Mucho he luchado conmigo misma,
entre el deseo de obedecer a vuestra reverencia y mi repugnancia a escribir.
Muchas veces pensé escribirle, suplicándole que me libre de esta carga o
difiera para otro tiempo, pero no lo hice, porque me parecía que me decía el
Señor que no perdiese el tiempo en esto ni pidiese prórrogas, sino que
comenzase a escribir el día seis del actual, pues convenía a su gloria que
escribiera lo que vuestra reverencia me había mandado, y cuán obligada estaba a
procurarle esta gloria […].
La víspera
de los santos Reyes fue servido su Majestad -Dios Padre, digo- mostrarme la
grandeza de su amor a su Unigénito Hijo en aquellas palabras: Hic est Filius meus dilectus, etc. [Mt 3,17: «Este es mi Hijo amado»]. Quedó mi alma abrasada en deseos de
manifestar a todo el mundo lo que conozco del amor del Padre al Hijo y de Este
a las almas, etc. […]. Y habiéndome indicado el Señor que el relato que vuestra
reverencia me tiene mandado escribir contribuiría mucho […] a su gloria, me
sentí libre de todas las tentaciones y repugnancias a escribir, y determiné
comenzar el día siguiente, 6 del actual, y así lo hice.
Por ahora
estoy contenta y dispuesta a escribir; pero no sé si duraré mucho en este
estado de paz, porque me repugna mucho todo lo que sea escribir, sobre todo
ponerme de propósito a referir favores divinos, pues temo engañar al mundo que
ignora mis maldades; a vuestra reverencia no tanto, porque ya sabe quién soy”[1].
Acaso el P. Mariano no había recibido aún la anterior carta o bien quiso
asegurar la continuidad del trabajo iniciado por M. Ángeles, pues cuatro días después
le escribió él una carta enteramente dedicada a exhortar a su dirigida a la
obediencia, en la que le decía:
“A fin de
que jamás dudes del divino beneplácito y puedas recordarlo cuando te
conviniere, quiero confirmar en esta carta el mandato que te impuse en la
primera quincena de noviembre. En nombre pues de Dios Padre, de Dios Hijo y de
Dios Espíritu Santo, con la autoridad que estas tres divinas Personas me han
conferido sobre tu alma […], te mando, ordeno e impero que escribas
cuanto antes toda tu vida interior y exterior; todos los favores, gracias,
dones, etc., etc., que has recibido de las tres divinas Personas, de nuestra
Purísima Madre, de nuestro seráfico padre San Francisco, etc., etc., así como
tu correspondencia a dichos favores, gracias, dones, visitas, etc., etc.; […]
todo cuanto tenga razón de bien y se hubiese ejecutado en tu persona o por tu
persona”[2].
Bastan las palabras transcritas de la carta del P. Mariano para que valoremos
la importancia del mandato que impuso a M. Ángeles de escribir el relato de su
vida, y celebremos, por consiguiente, la fecha del 6 de enero de 1911, en la
que ella empezó su redacción. Es verdad que el autógrafo existente del escrito,
el que M. Ángeles remitió en noviembre de 1919 al P. Nazario Pérez S. I. (1877-1952)
y que este utilizó para su primera edición de 1929, es de mucha menor extensión
que el inicialmente escrito para su director espiritual y que el P. Mariano le
devolvió en marzo de 1916, cuando ella acababa de confiarse a un nuevo
director, tras el forzado cese del P. Mariano en octubre de 1913. El escrito fue, sin duda, notablemente abreviado
por su autora por la repugnancia invencible que le producía presentarse como
objeto de gracias tan sublimes. No obstante, la narración conservada, que abraza
desde el nacimiento de M. Ángeles hasta el favor de que ella fue objeto el 10
de junio de 1911 con la entrega de la Santísima Trinidad, sigue siendo un libro
incomparable que suscita en las almas un ardiente deseo de perfección.
Recomendamos vivamente, por tanto, a nuestros lectores que lean o relean
la Autobiografía sorazuana y que la
difundan entre sus allegados. Todavía quedan en almacén muchos ejemplares de su
edición completa de 1990, así como de otros libros con escritos de M. Ángeles o
sobre ella, que figuran relacionados en la última página del boletín. Y
precisamente la demora sufrida en la publicación de este número ha permitido
que podamos anunciar en él un nuevo libro sobre Madre Ángeles: Vivirás una vida de amor, obra escrita
por Sor María Nuria Camps Vilaplana, religiosa concepcionista franciscana de la
Casa Madre de Toledo. Esperamos que la celebración del centenario del inicio de
la redacción de la Autobiografía
acreciente el interés por el conocimiento de M. Sorazu y se produzca una riada
de peticiones de los diversos libros hasta ahora publicados, que permita
aligerar nuestro almacén.
Otra urgencia, ineludible para la promoción de la Causa, es la petición
de gracias, así como la comunicación de las que se hayan recibido -cosa que
echamos en falta-, para demostrar que la fama de santidad de M. Sorazu sigue estando
viva en nuestros días, y que su intercesión ante Dios nuestro Señor es capaz de
obtener verdaderos milagros, que permitan llegar a su beatificación y
canonización.
¡Feliz año 1911 en estrecha unión con Jesús y María!
PÁGINAS AUTOBIOGRÁFICAS
“Dos o tres veces por lo menos visitaba diariamente el
jardín. Cuando iba por la mañana, antes de salir el sol, parecíame que veía a
mis margaritas sonrientes, llenas de dicha y ventura, de vida y de fragancia, y
buscando la causa de su sonrisa y lozanía, hallaba que era la próxima visita
del sol, que estaba como a punto de aparecer en el horizonte para bañarlas de
luz y fecundarlas con sus rayos. Por el contrario, por la tarde, al anochecer,
las veía mustias y marchitas, próximas a fenecer, y la causa de su decadencia
entendía no ser otra que la ausencia del sol, vida y hermosura de las plantas.
Como había padecido tanto en
materia de desamparos y privaciones divinas en mi vida religiosa, y continuaba
padeciendo, me lastimaba ver a mis margaritas mustias y marchitas y me ponía a
razonar con ellas como si quisiera alentarlas y desahogar mis penas contándolas
mis amores y ansias de poseer a mi Dios.
«¿Qué os pasa, queridas mías (las decía) que tan tristes
os encuentro? ¿Quién robó vuestra hermosura y lozanía?» «Se alejó nuestra vida
-parecíame que contestaban-, ocultóse a nuestra mirada, y quedamos como nos
ves». Decíales: «¡Pobrecitas! con razón lamentáis vuestra soledad, pero
animaos, porque pronto volveréis a verle. Si esperase yo mañana la visita de mi
Sol divino, mi vida, mi hermosura, mi felicidad, rebosaría contento, no estaría
lánguida como vosotras, sino que rebosaría vida y entusiasmo. Mas no soy tan
afortunada que merezca su aparición diaria en el firmamento de mi alma. Hace veinte,
cuarenta, sesenta y más horas que le recibí en mi pecho la última vez y no espero
recibirle hasta que pasen muchas más. ¡Cuánto me cuesta su ausencia!, ¡qué
largos me parecen los días que no comulgo, las noches y los días que separan el
jueves del domingo y este del jueves! ¿Por qué no me haría N. Señor margarita
para que gozara la presencia del ser que constituye mi vida y sustraerme al
vacío inmenso que experimento en su ausencia y tanto me lastima? Consolaos
conmigo, hermanitas mías, porque sois más afortunadas que yo; dad gracias al
Creador porque os sustrae a mi pena haciendo nacer al sol sobre vosotras todos
los días. Si supierais lo triste que es vivir ausente de la vida, del sumo Bien
ardorosamente amado, vivamente anhelado y rara vez poseído, os sentiríais
dichosas con vuestra suerte. Qué felices sois: yo, en cambio, ¡qué desgraciada!»
Cada día me costaba más la ausencia de mi Dios. Gozaba
mucho cuando me favorecía con sus divinas comunicaciones, pero dilatándose la
capacidad de mi alma acrecentaba mi hambre y sed de Dios, mi ardiente anhelo de
estrechar las relaciones que a Él me unían, y poseerle con mayor evidencia y en
grado más alto.
Era Jesús mi objetivo, el blanco de mis pensamientos y el
centro de mi amor juntamente con su Madre bendita, de quien no prescindía en
mis relaciones con N. Señor. Cuando despertaba por la noche, fijo mi
pensamiento en el cielo buscaba en él a mi Dios Humanado para asirme de Él y
traerlo a la tierra, para vivir en su compañía. Pedíaselo al Padre eterno, en
cuyo acatamiento presentaba los méritos de la Santísima Virgen, el vivo anhelo
que tuvo por el cumplimiento de la Encarnación, y practicaba infinitos actos en
unión de la Señora para obligarle a que reprodujese a mi favor el inefable
misterio. Imposible describir la actividad que desplegaba para merecer la
gracia que solicitaba y obligar al Padre a vivir actuado en el cumplimiento del
inefable Misterio, reproduciéndolo a mi favor perpetuamente.
Obligado de mi importunidad, Dios otorgaba mi petición
concediéndome cierta presencia espiritual de su Verbo Encarnado. Utilizaba el
favor en el servicio de mi Dios Humanado, recordando su historia y procurando
copiar las virtudes que en ella resplandecen.
Mientras gozaba el sentimiento de la presencia de Jesús,
se aquietaba mi corazón, poseía una felicidad envidiable y provechosa, porque
me parecía que le acompañaba en la carrera de su vida mortal. Mas esto no lo
gozaba continuamente y cuando me veía privada de la noticia experimental de los
divinos misterios, reproducíanse el vacío y vivo anhelo de nuevas efusiones de
la vida de N. Señor.
Impulsada de la apremiante
necesidad de presenciar los misterios de mi Dios Humanado, de contemplarlos y
trasladarlos a mi alma, lo buscaba, y no hallándole en el destierro
levantaba la vista al cielo y me querellaba amorosamente porque no me llamó a
la vida el día que se cumplió el inefable misterio de la Encarnación para
acompañarme con Él en la tierra, cumplir mis anhelos de conformidad, y subirme
al cielo en su compañía el día de la Ascensión.”
(Sorazu, M. A., Autobiografía
Espiritual, n.227-230)
TEXTOS PARA LA ORACIÓN
“Es Dios la primera Causa, la primera Bondad, la primera
Perfección, el primer Ser, sin dependencia de otro, y de quien todas las
criaturas proceden y dependen. Es el Ser necesario, Increado y Creador de
todos. Raro y estupendo privilegio el de la Naturaleza divina, carecer de causa y principio, y tener
ser de sí misma […]. Pondere esto la criatura y se pasmará de tan raro
privilegio, que teniendo ser todas las cosas de sus causas, Dios no lo tenga de
ninguna, pues es de necesidad que Dios que da ser a todas las cosas no proceda
de causa, sino que tenga ser de sí mismo.
Cómo tenga ser esta Causa primera, sin haberle recibido,
es pasmo del entendimiento, término de todo discurso y maravillosísima
maravilla. ¡Oh excelencia y noble hidalguía de Dios, no haber recibido ser de
nadie! ¡Oh nobleza divina sobre toda gloria, carecer de principio y origen, y
ser, no su linaje, sino su misma substancia, no sólo antigua, sino eterna,
antes de todo tiempo y siglo! […] ¡Oh suma felicidad de Dios, hallarse Dios sin
deberlo a nadie, hallarse principio de todo sin haberlo recibido de alguno! Aunque
fuera esta felicidad común con otras naturalezas fuera gran gloria, ¡cuanto más siendo como es única y necesaria de Dios, privilegio peculiar
de su naturaleza divina! Regocíjome, Dios mío, de la grandeza de tu Ser
increado, independiente, perfectísimo sobre toda esencia y substancia porque es
plenitud de Ser y de perfección, manantial de todas las criaturas, idea de toda
bondad. Gózome de tu infinita nobleza que no procede de nadie y todo procede de
ti. Te felicito porque no tienes necesidad de criatura y todas la tienen de ti,
que les eres más necesario que ellas lo son a sí mismas. Sin ti nada fue ni
pudo ser antes que fuese. Gózome de que seas tan rico que te bastes a ti mismo
para ser bienaventurado y sobras para hacer bienaventuradas a tus criaturas.
Todo lo criado es una gota de rocío, un polvito de la tierra, un átomo del aire,
comparado con tu Ser esencial, verdadero, eterno y subsistente por sí mismo […].
Regocíjome de ser criatura de tan divino Ser, y de que mi Dios sea tal que no
le pueda desear mejor. Dame, Bien mío, que no desee otra cosa sino a ti, y pues
eres tan gran Ser, independiente de todo, que me humille a ti y quiera depender
de ti.”
(Sorazu, M. A., Escrito inédito Dios y sus atributos, p.1-4)