Boletín n. 9 enero 2011

   UNA FECHA MEMORABLE

La publicación de este número del boletín ha sufrido un pequeño retraso. No obstante, no hay mal que por bien no venga. En efecto, nuestro retraso de un mes hace que este número del boletín aparezca justamente en el centenario de una fecha memorable de la vida de Madre Sorazu.

El día 6 de enero de 1911, en la fiesta de la Epifanía del Señor, Madre Ángeles comenzó la redacción de su Autobiografía, titulada por ella Mi vida. La decisión de escribirla fue fruto de su obediencia al mandato que en tal sentido le impuso el que desde julio del año anterior era su tercer director espiritual, el que ella llamó mi Padre verdad, el P. Mariano de Vega O. F. M. Cap. (1871-1946). En efecto, Madre Ángeles le había enviado el 27 de septiembre de 1910 una larga confesión general por escrito, en la que quiso poner más de relieve sus pecados anotando algunas gracias con que Dios la había favorecido. Esto movió al P. Mariano, con el fin de conocerla mejor, a mandarle -e incluso a urgirle, pues ella se rehusaba- ya en la primera quincena de noviembre, y de nuevo a finales de diciembre, que escribiera su vida.

La obediencia de Madre Ángeles a su director espiritual en la redacción de la Autobiografía fue ciertamente heroica, como lo muestra la carta de enero de 2011 en que ella le comunica el inicio de ese trabajo:

“Mucho he luchado conmigo misma, entre el deseo de obedecer a vuestra reverencia y mi repugnancia a escribir. Muchas veces pensé escribirle, suplicándole que me libre de esta carga o difiera para otro tiempo, pero no lo hice, porque me parecía que me decía el Señor que no perdiese el tiempo en esto ni pidiese prórrogas, sino que comenzase a escribir el día seis del actual, pues convenía a su gloria que escribiera lo que vuestra reverencia me había mandado, y cuán obligada estaba a procurarle esta gloria […].

La víspera de los santos Reyes fue servido su Majestad -Dios Padre, digo- mostrarme la grandeza de su amor a su Unigénito Hijo en aquellas palabras: Hic est Filius meus dilectus, etc. [Mt 3,17: «Este es mi Hijo amado»]. Quedó mi alma abrasada en deseos de manifestar a todo el mundo lo que conozco del amor del Padre al Hijo y de Este a las almas, etc. […]. Y habiéndome indicado el Señor que el relato que vuestra reverencia me tiene mandado escribir contribuiría mucho […] a su gloria, me sentí libre de todas las tentaciones y repugnancias a escribir, y determiné comenzar el día siguiente, 6 del actual, y así lo hice.

Por ahora estoy contenta y dispuesta a escribir; pero no sé si duraré mucho en este estado de paz, porque me repugna mucho todo lo que sea escribir, sobre todo ponerme de propósito a referir favores divinos, pues temo engañar al mundo que ignora mis maldades; a vuestra reverencia no tanto, porque ya sabe quién soy”[1].

Acaso el P. Mariano no había recibido aún la anterior carta o bien quiso asegurar la continuidad del trabajo iniciado por M. Ángeles, pues cuatro días después le escribió él una carta enteramente dedicada a exhortar a su dirigida a la obediencia, en la que le decía:

“A fin de que jamás dudes del divino beneplácito y puedas recordarlo cuando te conviniere, quiero confirmar en esta carta el mandato que te impuse en la primera quincena de noviembre. En nombre pues de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, con la autoridad que estas tres divinas Personas me han conferido sobre tu alma […], te mando, ordeno e impero que escribas cuanto antes toda tu vida interior y exterior; todos los favores, gracias, dones, etc., etc., que has recibido de las tres divinas Personas, de nuestra Purísima Madre, de nuestro seráfico padre San Francisco, etc., etc., así como tu correspondencia a dichos favores, gracias, dones, visitas, etc., etc.; […] todo cuanto tenga razón de bien y se hubiese ejecutado en tu persona o por tu persona”[2].

Bastan las palabras transcritas de la carta del P. Mariano para que valoremos la importancia del mandato que impuso a M. Ángeles de escribir el relato de su vida, y celebremos, por consiguiente, la fecha del 6 de enero de 1911, en la que ella empezó su redacción. Es verdad que el autógrafo existente del escrito, el que M. Ángeles remitió en noviembre de 1919 al P. Nazario Pérez S. I. (1877-1952) y que este utilizó para su primera edición de 1929, es de mucha menor extensión que el inicialmente escrito para su director espiritual y que el P. Mariano le devolvió en marzo de 1916, cuando ella acababa de confiarse a un nuevo director, tras el forzado cese del P. Mariano en octubre de 1913. El escrito fue, sin duda, notablemente abreviado por su autora por la repugnancia invencible que le producía presentarse como objeto de gracias tan sublimes. No obstante, la narración conservada, que abraza desde el nacimiento de M. Ángeles hasta el favor de que ella fue objeto el 10 de junio de 1911 con la entrega de la Santísima Trinidad, sigue siendo un libro incomparable que suscita en las almas un ardiente deseo de perfección.

Recomendamos vivamente, por tanto, a nuestros lectores que lean o relean la Autobiografía sorazuana y que la difundan entre sus allegados. Todavía quedan en almacén muchos ejemplares de su edición completa de 1990, así como de otros libros con escritos de M. Ángeles o sobre ella, que figuran relacionados en la última página del boletín. Y precisamente la demora sufrida en la publicación de este número ha permitido que podamos anunciar en él un nuevo libro sobre Madre Ángeles: Vivirás una vida de amor, obra escrita por Sor María Nuria Camps Vilaplana, religiosa concepcionista franciscana de la Casa Madre de Toledo. Esperamos que la celebración del centenario del inicio de la redacción de la Autobiografía acreciente el interés por el conocimiento de M. Sorazu y se produzca una riada de peticiones de los diversos libros hasta ahora publicados, que permita aligerar nuestro almacén.

Otra urgencia, ineludible para la promoción de la Causa, es la petición de gracias, así como la comunicación de las que se hayan recibido -cosa que echamos en falta-, para demostrar que la fama de santidad de M. Sorazu sigue estando viva en nuestros días, y que su intercesión ante Dios nuestro Señor es capaz de obtener verdaderos milagros, que permitan llegar a su beatificación y canonización.

¡Feliz año 1911 en estrecha unión con Jesús y María!

PÁGINAS AUTOBIOGRÁFICAS

“Dos o tres veces por lo menos visitaba diariamente el jardín. Cuando iba por la mañana, antes de salir el sol, parecíame que veía a mis margaritas sonrientes, llenas de dicha y ventura, de vida y de fragancia, y buscando la causa de su sonrisa y lozanía, hallaba que era la próxima visita del sol, que estaba como a punto de aparecer en el horizonte para bañarlas de luz y fecundarlas con sus rayos. Por el contrario, por la tarde, al anochecer, las veía mustias y marchitas, próximas a fenecer, y la causa de su decadencia entendía no ser otra que la ausencia del sol, vida y hermosura de las plantas.

Como había padecido tanto en materia de desamparos y privaciones divinas en mi vida religiosa, y continuaba padeciendo, me lastimaba ver a mis margaritas mustias y marchitas y me ponía a razonar con ellas como si quisiera alentarlas y desahogar mis penas contándolas mis amores y ansias de poseer a mi Dios.

«¿Qué os pasa, queridas mías (las decía) que tan tristes os encuentro? ¿Quién robó vuestra hermosura y lozanía?» «Se alejó nuestra vida -parecíame que contestaban-, ocultóse a nuestra mirada, y quedamos como nos ves». Decíales: «¡Pobrecitas! con razón lamentáis vuestra soledad, pero animaos, porque pronto volveréis a verle. Si esperase yo mañana la visita de mi Sol divino, mi vida, mi hermosura, mi felicidad, rebosaría contento, no estaría lánguida como vosotras, sino que rebosaría vida y entusiasmo. Mas no soy tan afortunada que merezca su aparición diaria en el firmamento de mi alma. Hace veinte, cuarenta, sesenta y más horas que le recibí en mi pecho la última vez y no espero recibirle hasta que pasen muchas más. ¡Cuánto me cuesta su ausencia!, ¡qué largos me parecen los días que no comulgo, las noches y los días que separan el jueves del domingo y este del jueves! ¿Por qué no me haría N. Señor margarita para que gozara la presencia del ser que constituye mi vida y sustraerme al vacío inmenso que experimento en su ausencia y tanto me lastima? Consolaos conmigo, hermanitas mías, porque sois más afortunadas que yo; dad gracias al Creador porque os sustrae a mi pena haciendo nacer al sol sobre vosotras todos los días. Si supierais lo triste que es vivir ausente de la vida, del sumo Bien ardorosamente amado, vivamente anhelado y rara vez poseído, os sentiríais dichosas con vuestra suerte. Qué felices sois: yo, en cambio, ¡qué desgraciada!»

Cada día me costaba más la ausencia de mi Dios. Gozaba mucho cuando me favorecía con sus divinas comunicaciones, pero dilatándose la capacidad de mi alma acrecentaba mi hambre y sed de Dios, mi ardiente anhelo de estrechar las relaciones que a Él me unían, y poseerle con mayor evidencia y en grado más alto.

Era Jesús mi objetivo, el blanco de mis pensamientos y el centro de mi amor juntamente con su Madre bendita, de quien no prescindía en mis relaciones con N. Señor. Cuando despertaba por la noche, fijo mi pensamiento en el cielo buscaba en él a mi Dios Humanado para asirme de Él y traerlo a la tierra, para vivir en su compañía. Pedíaselo al Padre eterno, en cuyo acatamiento presentaba los méritos de la Santísima Virgen, el vivo anhelo que tuvo por el cumplimiento de la Encarnación, y practicaba infinitos actos en unión de la Señora para obligarle a que reprodujese a mi favor el inefable misterio. Imposible describir la actividad que desplegaba para merecer la gracia que solicitaba y obligar al Padre a vivir actuado en el cumplimiento del inefable Misterio, reproduciéndolo a mi favor perpetuamente.

Obligado de mi importunidad, Dios otorgaba mi petición concediéndome cierta presencia espiritual de su Verbo Encarnado. Utilizaba el favor en el servicio de mi Dios Humanado, recordando su historia y procurando copiar las virtudes que en ella resplandecen.

Mientras gozaba el sentimiento de la presencia de Jesús, se aquietaba mi corazón, poseía una felicidad envidiable y provechosa, porque me parecía que le acompañaba en la carrera de su vida mortal. Mas esto no lo gozaba continuamente y cuando me veía privada de la noticia experimental de los divinos misterios, reproducíanse el vacío y vivo anhelo de nuevas efusiones de la vida de N. Señor.

Impulsada de la apremiante necesidad de presenciar los misterios de mi Dios Humanado, de contemplarlos y trasladarlos a mi alma, lo buscaba, y no hallándole en el destierro levantaba la vista al cielo y me querellaba amorosamente porque no me llamó a la vida el día que se cumplió el inefable misterio de la Encarnación para acompañarme con Él en la tierra, cumplir mis anhelos de conformidad, y subirme al cielo en su compañía el día de la Ascensión.”

(Sorazu, M. A., Autobiografía Espiritual, n.227-230)  

TEXTOS PARA LA ORACIÓN

“Es Dios la primera Causa, la primera Bondad, la primera Perfección, el primer Ser, sin dependencia de otro, y de quien todas las criaturas proceden y dependen. Es el Ser necesario, Increado y Creador de todos. Raro y estupendo privilegio el de la Naturaleza divina, carecer de causa y principio, y tener ser de sí misma […]. Pondere esto la criatura y se pasmará de tan raro privilegio, que teniendo ser todas las cosas de sus causas, Dios no lo tenga de ninguna, pues es de necesidad que Dios que da ser a todas las cosas no proceda de causa, sino que tenga ser de sí mismo.

Cómo tenga ser esta Causa primera, sin haberle recibido, es pasmo del entendimiento, término de todo discurso y maravillosísima maravilla. ¡Oh excelencia y noble hidalguía de Dios, no haber recibido ser de nadie! ¡Oh nobleza divina sobre toda gloria, carecer de principio y origen, y ser, no su linaje, sino su misma substancia, no sólo antigua, sino eterna, antes de todo tiempo y siglo! […] ¡Oh suma felicidad de Dios, hallarse Dios sin deberlo a nadie, hallarse principio de todo sin haberlo recibido de alguno! Aunque fuera esta felicidad común con otras naturalezas fuera gran gloria, ¡cuanto más siendo como es única y necesaria de Dios, privilegio peculiar de su naturaleza divina! Regocíjome, Dios mío, de la grandeza de tu Ser increado, independiente, perfectísimo sobre toda esencia y substancia porque es plenitud de Ser y de perfección, manantial de todas las criaturas, idea de toda bondad. Gózome de tu infinita nobleza que no procede de nadie y todo procede de ti. Te felicito porque no tienes necesidad de criatura y todas la tienen de ti, que les eres más necesario que ellas lo son a sí mismas. Sin ti nada fue ni pudo ser antes que fuese. Gózome de que seas tan rico que te bastes a ti mismo para ser bienaventurado y sobras para hacer bienaventuradas a tus criaturas. Todo lo criado es una gota de rocío, un polvito de la tierra, un átomo del aire, comparado con tu Ser esencial, verdadero, eterno y subsistente por sí mismo […]. Regocíjome de ser criatura de tan divino Ser, y de que mi Dios sea tal que no le pueda desear mejor. Dame, Bien mío, que no desee otra cosa sino a ti, y pues eres tan gran Ser, independiente de todo, que me humille a ti y quiera depender de ti.”

(Sorazu, M. A., Escrito inédito Dios y sus atributos, p.1-4)

 

 

 



[1] M. A. Sorazu, Carta del 8-1-1911, en Correspondencia entre santos, Madrid 1995, 275-276.

[2] De Vega, M., Carta del 12-1-1911, ibídem, 278.