Ofrecemos a nuestros lectores un hermoso texto acerca de la presencia de Dios, de que gozaba Sor Ángeles en los años de su estancia en el convento de Jesús María entre 1895 y 1898:
"En este período continuaba experimentando el favor que dije en otro lugar del vivo sentimiento de la presencia real de la Divinidad en todas partes. Lo gustaba con tanta viveza, que aunque la fe no me lo enseñara, lo creyera y diera mi vida en testimonio de esta verdad que experimentaba visiblemente. La presencia divina me producía maravillosos efectos siempre, pero singularmente en el retiro de mi celdita, [...]. Nuestro Señor no me favorecía ni me regalaba como antes, pero sí me procuraba deleite y descanso cuando me actuaba en su presencia. Una de mis devociones consistía en derramar mi alma en la presencia de Dios con mis cuidados, necesidades y deseos, y resignarme enteramente en su divino querer. Otra, atender o escuchar la dulce armonía de la creación, que me hablaba de mi Dios y al unísono con ella tributarle alabanzas. Otra, contemplar a Dios en la forma que me inspiraban los divinos misterios que contienen el Credo y los artículos de la Fe e inculcaba en mí la Oración Dominical [...].
En cada una de estas devociones experimentaba cierta elevación de espíritu y unión con Dios y gozaba mucho ordinariamente, aunque no me correspondiera con manifestaciones visibles de su infinito amor, porque era Dios mi centro: fuera de Él vivía muriendo como el pez fuera del agua..."
(Autobiografía Espiritual, n200-201)
De su vida en presencia de Dios también durante la Cuaresma del año 1911 informó la M. Sorazu a su Director Espiritual, el P. Mariano, en una cuenta de conciencia, en la que le manifestaba que, al modo "continuo y principal" de "ver y tratar a Dios" - quien le concedía "facultad y gracia para hacerlo" - elevándose a Él "cual pájaro en rápido vuelo",
"... se agregaba otro de ver a Dios presente en todo lugar, de tal manera que, si fijaba mi vista en un árbol, allí veía a Dios; si en el tejado del convento, lo mismo; pues en todos los objetos visibles veía a Dios, produciendo su presencia divina en mi alma efectos tan divinos, que me parecía el mundo un cielo, un paraíso, y la creación entera, un espejo en el cual veía retratado al Creador; mejor dicho, cada una de las criaturas: cada objeto visible y sensible, una custodia, en la cual está expuesto noche y día a la adoración de las almas - y de un modo especial de la mía - la Majestad infinita de Dios Trino y Uno. Mas este modo de ver a Dios en las obras de la creación y objetos visibles no era nuevo en mí, ni se terminó tampoco; pues aun el día de hoy goza mi alma de este singular favor de ver a Dios presente en todo lugar, siempre que yo no tengo ocupado el pensamiento en alguna cosa que me preocupa mucho, aunque esté sufriendo lo indecible; cuyos sufrimientos endulza de tal manera esta presencia de Dios, que pueden mejor llamarse goces y delicias que penas y sufrimientos, pues ante Dios todo sonríe y deleita al alma, aun el tiempo mismo en que ésta se halla sumergida en un mar de penas en la parte inferior."
(Carta Sorazu - 50, en Correspondencia entre santos, p.465-466)
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