PRESENTACIÓN DEL LIBRO
¿ENTIENDES LO QUE LEES?
La interpretación bíblica
en crisis
ANUNCIO DEL LIBRO:
ESTAS SON AQUELLAS
PALABRAS MÍAS
HORACIO BOJORGE S.J.
Presento el libro "¿Entiendes lo que lees? La interpretación
bíblica en crisis" y anuncio el que lo seguirá en breve; y que forma con
él un díptico: "Estas son aquellas palabras mías. El lugar de la Sagrada
Escritura en la Homilía". Ambos libros se sitúan en el contexto de la
actual crisis religiosa del catolicismo. Muestra cómo la crisis de la interpretación
bíblica va apareada con la crisis de fe: nace de ella y la extiende y la
profundiza.
(NOTA: Este segundo libro ya está disponible).
El título
¿Entiendes lo que lees? es lo que le pregunta el diácono Felipe al eunuco etíope de la Reina
Candaces en el conocido episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles[1].
Me he apropiado de la pregunta de Felipe para dirigirla a los predicadores que
tergiversan el sentido de las Sagradas Escrituras pasándolas por el filtro de
"lo aceptable para el hombre de hoy".
A la pregunta de Felipe respondió el Eunuco: "¿cómo voy a poder
entender, si nadie me guía?". El termino griego hodegései derivado de la palabra hodos, que significa "camino", podríamos traducirlo:
¿cómo voy a entender si nadie me encamina, me conduce, me guía hacia el sentido
de la palabra leída en el rollo de Isaías.
El viajero tuvo la suerte de dar con un evangelizador que lo encaminó
revelándole el justo sentido de la Sagrada Escritura cumplida y realizada en
Cristo. Creyó y fue bautizado. ¿Qué hubiera sucedido si se hubiese encontrado
con alguno de los intérpretes modernistas, críticos, secularizados y
desacralizados? ¿O con algún teólogo enemigo de la idea del sacrificio
expiatorio? Afortunado etíope.
¿Entiendes lo que lees? es, lo que le pregunta este libro, desde su
título, a más de un intérprete, exegeta o predicador, que no entiende o
entiende mal las Sagradas Escrituras, y las tergiversa, con autorización, envío
y nombramiento eclesiástico, desde el púlpito o desde la cátedra del Instituto
catequístico o de la Facultad de Teología, extraviando a quienes no conocen su
sentido o escandalizando a los creyentes sencillos.
Con toda propiedad podría aplicárseles con justeza el dicho de Jesús:
"Ciegos, guías de ciegos"[2].
O lo de Pablo a los intérpretes judíos que, Escrituras en mano, rechazaban a
Jesús: "presumes ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas,
educador de necios, maestro de niños... tú, pues, que a otro pretendes enseñar
¿a ti mismo no te enseñas?"[3].
Estos tales deberían temer ser tenidos como merecedores del castigo que
Jesús, el dulce maestro galileo, afirma que merecen los que escandalizan a los
pequeños que creen en él: ser arrojados a la profundidad del mar con una piedra
de molino al cuello.
Hay en efecto una relación estrecha entre la predicación de la
Palabra, la fe, la Iglesia y la salvación. La suerte de la predicación, de la
fe y de la Iglesia van unidas. Ellas florecen juntas o decaen juntas.
Toda tergiversación del sentido de la Palabra revelada, obstaculiza el
acceso a la fe, o produce la apostasía. La predicación falsificada impide la
salvación, porque impide la comunión con el Dios verdadero y con la Iglesia que
es "sacramento universal de salvación[4].
Fides ex auditu
Se nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles, que "al oír [la
predicación del apóstol Pedro] sintieron traspasado de dolor su corazón" y
preguntaron ¿qué tenemos que hacer"[5].
Y en otros pasajes del mismo libro encontramos la misma relación causal entre
la predicación de la palabra, la escucha de la palabra y la fe: "muchos
que oyeron la palabra, creyeron"[6].
La predicación produce la fe y por la fe congrega Dios a los creyentes en
comunión eclesial: "ellos pues, habiendo acogida [con fe] la palabra
fueron bautizados y fueron agregadas [por Dios a la Iglesia] en aquél día como
unas tres mil almas"[7].
"La fe viene por el oído" afirma san Pablo[8],
es decir, por la escucha de la Palabra de Dios, escrita y predicada. Existe una
relación estrecha entre lo que se predica y lo que se cree. Si la predicación
se aparta de la verdad de la Sagrada Escritura y de la Analogía de la Fe,
necesariamente la fe se corromperá, y por los caminos de la herejía terminará
en apostasía, es decir en el apartamiento del Dios vivo para volverse a los
ídolos. Los hombres se verán privados de saber y creer lo que Dios nos ha dicho
acerca de sí mismo y de acceder a la comunidad de quienes escuchan su voz.
De ahí que, necesariamente, "la
interpretación bíblica en crisis" es consecuencia de "la fe en
crisis", pero también, viceversa, es causante principal de las crisis de
fe. Cuando la fuente de la inteligencia de las Sagradas Escrituras se envenena,
los que beben de esas aguas envenenadas mueren.
Si la proclamación de la fe verdadera y
de la Palabra de Dios pura, auténtica e incontaminada es proclamada, tiene
poder para suscitar la fe. Pero a la inversa, la adulteración de la Palabra
revelada, no sólo no convierte a nadie a la fe verdadera ni introduce a nadie
en la comunión con Dios y con la Iglesia, sino que provoca la pérdida de la fe
de los que creen y conduce por la apostasía al ateísmo.
Esto lo vio San Pío V cuando afirmó en
la encíclica Pascendi que la malinterpretación protestante de las Sagradas
Escrituras, continuando por la malversación modernista de la verdad revelada,
iría a dar necesariamente en el ateísmo: "por ahora, baste lo dicho para
mostrar claramente por cuántos caminos el modernismo conduce al ateísmo y a
suprimir toda religión. El primer paso lo dio el protestantismo; el segundo
corresponde al modernismo; muy pronto hará su aparición el ateísmo"[9].
La historia del siglo transcurrido desde 1907, no ha hecho sino confirmar lo
acertado de este profético vaticinio.
Pablo amplifica este asunto
retóricamente en un crescendo de preguntas "Todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquél en quien no
creyeron? ¿Y cómo creerán en aquél de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin haber
quien predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? ... Pero no todos
prestaron oído al Evangelio. Porque Isaías dice: 'Señor, ¿quién dio fe a lo que
escuchamos?'[10]. Luego, la fe viene de la escucha, y la
escucha, por la palabra de Cristo"[11].
Qué hacer
Ante los males de la Iglesia, ha dicho el Padre José María Iraburu
algo que le agradezco por iluminador y que aplico a la crisis actual de la
interpretación bíblica y a la que debe ser nuestra actitud ante ella. Dice el
P. Iraburu: "La suave cortesía con que hoy se enfrentan - las raras veces
que se enfrentan - las enseñanzas gravemente contrarias a la doctrina de la
Iglesia, es, desde luego, diversa de la costumbre bíblica y de la tradición
secular de la Iglesia. Casi podría decirse que es una excepción de los últimos
tres decenios de la historia cristiana"[12].
Se aplica a la crisis actual de la interpretación bíblica, lo que el
P. José María Iraburu observa en general sobre muchos males de la Iglesia en
las últimas décadas: "¿Cómo es posible que nunca haya habido en la Iglesia
un cuerpo doctrinal tan amplio, asequible y precioso - y yo podría especificar
también: un progreso tan grande de las ciencias bíblicas y de la divulgación de
las Sagradas Escrituras puestas al alcance de los fieles como nunca antes en la
historia de la Iglesia - y que al mismo tiempo nunca halla habido en ella una
proliferación comparable de errores y abusos?" - Y yo podría acotar: tanta
tergiversación del sentido auténtico de las Escrituras, esgrimidas a menudo
contra la fe -. "Parecen dos datos contradictorios, inconciliables -
continúa el P. Iraburu para responder inmediatamente: "La respuesta es
obligada: porque nunca en la Iglesia se ha tolerado la difusión de errores y
abusos tan ampliamente"[13].
Es verdad en exégesis e interpretación bíblica que "se ha
sembrado abundantemente el error y que los Obispos no han impedido
suficientemente esta mala siembra"[14].
Dado lo perjudicial que es
para la salvación de los hombres, como queda dicho, la ausencia de la
predicación de la Palabra y, peor aún, la tergiversación del sentido verdadero
de la Palabra, asombra la indulgencia y la tolerancia con que lo han venido
tolerando y permitiendo durante décadas los enviados por Cristo a proclamar su
Palabra a las naciones y a custodiar su rebaño defendiéndolo de los falsos
profetas. Donde los pastores están por lo general omisos, corresponden que los
fieles asuman sus responsabilidades para preservar la fe. A esos fieles
perplejos quieren animar y esforzar las páginas de este libro que terminan con
una respuesta a la pregunta tantas veces oída de los fieles escandalizados por
la homilía o la clase de catequesis o de teología: ¿qué hacer?
Este libro termina sugiriendo los caminos a seguir para reaccionar
ante esta crisis reclamando los derechos que tiene el fiel a ser enseñado en la
recta doctrina de la fe y una recta interpretación de la Sagrada Escritura.
[1] El episodio se narra en Hechos 8, 26 - 39. La pregunta de Felipe y la respuesta del eunuco en los vv. 30 -31
[2] Mateo 15, 14
[3] Romanos 2, 19 - 21
[4] Lumen Gentium Cap. 2, Nº 15;
Gaudium et Spes 45
[5] Hechos 2, 37
[6] Hechos 4, 4. En el texto "la palabra" se refiere a la predicación de Pedro Hechos 3, 12-26
[7] Hechos
[8] Romanos 10, 17
[9] Pascendi 40
[10] Isaías 53, 1 Cfr. Jer 12, 38
[11] Romanos 10, 13-17
[12] José María Iraburu, De Cristo o del Mundo, Ed. Gratis Date, Pamplona 1997, página 11, Col 2.
[13] José María Iraburu, Infidelidades en la Iglesia, Ed. Gratis Date, Pamplona 2005, página 16 , Col 2.
[14] José María Iraburu, Infidelidades en la Iglesia, Ed. Gratis Date, Pamplona 2005, página 20 , Col. 2.