JESUCRISTO
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD
El concilio de Calcedonia
(año 451) definió que en Jesucristo hay dos naturalezas completas y perfectas,
la naturaleza humana por la cual es verdadero hombre, y la naturaleza divina por
la cual es verdadero Dios, unidas en la persona del Verbo. Es lo que se llama la
Unión Hipostática. Como verdadero hombre, tiene cuerpo humano y alma
humana. Por tanto en Jesucristo hay dos inteligencias, la divina que es
infinita, y la humana que es finita y limitada, y dos voluntades, en una sola
persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Así habló el IV CONCILIO DE CALCEDONIA en el año 451 contra los monofisitas:
Siguiendo,
pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno
solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la
divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo
verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre
en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la
humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15];
engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo,
en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María
Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno
solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión,
sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia
de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada
naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo
unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos
enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo
de los Padres [v. 54 y 86].
LA INTELIGENCIA HUMANA
DE CRISTO
ESTUVO LIBRE DE TODO
ERROR Y DE TODA IGNORANCIA.
Cristo, pues, es un superdotado, posee
una ciencia superior a la de cualquier otro hombre.
CIENCIA
EXPERIMENTAL:
El conocimiento propio del ser humano es el experimental. Nosotros los hombres conocemos por medio de los sentidos y con los datos que ellos nos suministran trabaja nuestra inteligencia ; de tal manera dependemos de los sentidos que, por ejemplo, una persona ciega de nacimiento no puede conocer los colores, ....
Cristo, verdadero hombre, tenía el conocimiento experimental; sus sentidos funcionaban perfectísimamente y observaba todo lo que pasaba en torno suyo. Como nosotros cada día hacía nuevas experiencias. En el Evangelio hay muchos indicios de ello: cómo habla de las aves del cielo, de los lirios del campo, del pastor que ha perdido una oveja y va en su busca, del sembrador, etc.
CIENCIA
INFUSA DE CRISTO:
En el
Evangelio hay otros muchos textos
en los que consta que leía en los pensamientos. Fácilmente pensamos : claro, los conocía
como Dios; pero en este texto de S. Marcos se dice “conociendo en su
espíritu”, es decir, en su inteligencia humana. Se trata pues, de un
conocimiento de la inteligencia humana de Jesús ; esto prueba que tenía lo que
se llama ciencia infusa.
Cristo no es el
único hombre que ha tenido ciencia infusa. Por ejemplo ¿cómo podía Isaías con su
inteligencia humana, por grande que fuese, saber con ocho siglos de
antelación que una virgen
concebiría y daría a luz virginalmente a un hijo que sería Dios con nosotros?
(Cfr. Is. 7, 14), necesitó ciencia infusa . Lo mismo todos los profetas que
anunciaron hechos futuros. Es un conocimiento que no se adquiere por medio de
los sentidos, sino que Dios lo infunde en la inteligencia humana, de ahí el
nombre de “infusa”. También
muchos santos la han tenido. Ahora bien, si la tuvieron otras personas, con
mayor razón Jesucristo. No es que la inteligencia divina absorbiera a la humana,
es te fue el error de los monofisistas que fue condenado precisamente por el
concilio de Calcedonia, sino que la divinidad, infundía en su inteligencia
humana esa luz.
¿Qué
abarcaba la ciencia infusa de Jesucristo?
Jesús “conocía lo que en el hombre
había” Esta afirmación es amplísima. Tengamos en cuenta que esta ciencia se
comunica siempre para cumplir una misión determinada. A S. Juan Bosco, por
ejemplo, Dios se la dio respecto de sus chicos. Él tenía esta misión especial. A
los profetas , para hacer las profecías. A Cristo, Redentor y Juez de todos los
hombres como hombre (Cfr. Jn. 5,
27:
“y le ha dado
poder para juzgar, porque es Hijo del hombre”), para redimir
a los hombres y juzgarlos acerca de cómo han aprovechado los tesoros de la redención. Si es Juez,
tiene que conocer la causa y conocerla bien para no equivocarse como se pueden
equivocar los jueces humanos. De
ahí la amplitud de la ciencia infusa de Cristo, gracias a la cual conoció
perfectamente a cada uno de sus redimidos. Así se comprende que S. Pablo pueda
decir: “me amó y se entregó a sí mismo por mí”(Gal 2, 20). La ciencia infusa de Cristo abarca todo
lo que hay en el hombre, en cualquier hombre de cualquier época y
lugar.
¿Desde
cuando tiene Cristo la ciencia infusa?
El texto habla
por sí mismo: Cristo entró en
el mundo en el momento de la Encarnación. Por consiguiente pronunció esta
oración en el seno de la Virgen. Ciertamente aquí habla como hombre, “me has
dado un cuerpo” , y sus sentidos aún no podían funcionar; luego ya tenía la
ciencia infusa, gracias a la cual conoció su misión redentora y comenzó a
realizarla. Esta ciencia de Cristo fue perfecta desde un principio y, por
consiguiente, no creció. Pero aunque abarca absolutamente todo lo relativo a la
redención, no es infinita.
Todos
estos conocimientos evidentemente no los tenía presente en cada instante de su
vida. Tampoco nosotros tenemos siempre presente todos los conocimientos con que
estamos enriquecidos. Por ejemplo, un médico en una reunión familiar, donde se
está hablando de determinados acontecimientos sociales, en ese momento no está
pensando en la medicina; pero si alguien llama por teléfono y le expone un
problema relacionado con su profesión pidiéndole consejo, inmediatamente
empiezan a funcionar sus conocimientos de
medicina y lo que se refiere al caso concreto que se consulta. Así ocurría también en
Jesús.
CIENCIA
BEATIFICA
El conocimiento
de la ciencia infusa no coincide con el de la visión clara de Dios. El objeto de
la ciencia infusa son los seres humanos que redime y ha de juzgar, el de la
visión beatífica , ver claramente a su Padre.
Hay pues, en la inteligencia
humana de Cristo un triple conocimiento, el conocimiento experimental, propio de
todo ser humano ; la ciencia infusa, que abarca toda su misión redentora y la
visión clara de Dios.
Una
objeción->
La visión beatífica
(es una palabra latina que
significa que hace bienaventurado) llena de gozo, porque es contemplación
del Padre. Eso quiere decir que excluye todo dolor. Entonces ¿cómo es que Cristo
pudo padecer?
Tengamos en cuenta que la visión clara de Dios que tenía el alma humana
de Cristo es consecuencia de la unión hipostática , es decir, de la unión de las
dos naturalezas en la persona del Hijo de Dios , que veía al Padre y comunicaba
a su alma humana la visión clara de
Dios. Pero para poder asumir nuestros dolores y así redimirnos suspendió los
efectos de la visión . Algo así como si un día de mucho calor nos metemos en
un sótano y pasamos frío, no hemos quitado el calor, pero hemos suspendido sus
efectos para nosotros. Cristo,
precisamente para poder padecer, suspendió para sí los efectos de esta
visión.
-> El texto de II Cor. 5,
21 es sumamente expresivo : “A quien no conoció el pecado (Cristo), le
hizo (Dios) pecado por nosotros”; no pecador, sino pecado. Según santo
Tomas, en el pecado grave hay la “aversión a Deo”, el apartarse de Dios , y “la
conversio ad creaturas”. Es decir, en vez de cumplir la voluntad de Dios, el
pecador le vuelve las espaldas abusando de algo creado. Se puede abusar de una
cosa o de una persona (del cuerpo, de la inteligencia, del prójimo, de la
comida, etc.). Ahora bien, por cuanto abusa de una cosa creada, el pecador
merece sufrimiento producido por otro agente creado, que puede ser dolor físico
o moral, y por cuanto vuelve las espaldas a Dios, merece la pérdida eterna de
Dios. Es lo que se llama pena de
daño.
Cristo que cargó con todos los
pecados de todos los hombres de todos los siglos para librarnos de ellos,
suspendió el efecto beatífico de la visión divina para poder sufrir las
consecuencias de esos pecados
nuestros. Y además , no había sido plenamente víctima por el pecado si no
hubiera experimentado sensiblemente lo que significa sentirse rechazado de Dios.
Él sabía que no estaba rechazado, pero una cosa es saberlo y otra es
sentirlo. Así se explica que diga
en la cruz: “Dios mío, Díos mío
¿porque me has abandonado?”. (Cfr. Mt 27, 46) Sintió el abandono que experimentan
aquellos miembros del Cuerpo Místico que no se salvan. Estas palabras, además, son
el principio del Salmo 22 “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?.... , que es una profecía formidable de la
Pasión. Seguramente continuó
recitándolo en voz baja. En ese momento evidentemente no se suspendió la visión
beatifica, no podía suspenderse, se habría suspendido la Unión hipostática; peor
sí el gozo de la visión. Son dos cosas distintas.
Dada
este inteligencia de Cristo, iluminada por el triple conocimiento, se comprende
que sea el modelo al cual incluso intelectualmente, aunque a infinta distancia,
debemos irnos pareciendo. Todo crecimiento en el conocimiento de Dios y de las
cosas de Dios y de cualquier verdad va asemejando nuestra inteligencia humana a
la inteligencia humana de Cristo. El griego distingue entre el “gnosis”
conocimiento, y “epignwsin”
conocimiento perfecto y S. Pablo pide para sus fieles la “epígnosis”, el
conocimiento cada vez más profundo de Cristo y del misterio de
Cristo.
·
Col 1,
1-9.:
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por
voluntad de Dios, y Timoteo el hermano, a los santos de Colosas,
hermanos fieles en Cristo. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro
Padre. Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por
vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y
de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza que os
está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya instruidos por la
Palabra de la verdad, el evangelio, que llegó hasta vosotros, y fructifica y
crece entre vosotros lo mismo que en todo el mundo, desde el día en que oísteis
y conocisteis la gracia de Dios en la verdad: tal como os la enseñó Epafras,
nuestro querido consiervo y fiel ministro de Cristo, en lugar nuestro, el cual
nos informó también de vuestro amor en el Espíritu. Por eso, tampoco nosotros
dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que
lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual.
·
II Pd 3, 18:
Creced,
pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.
Todas estas
cosas debiéramos, pues, meditarlas, ya que se entienden mucho mejor cuando se
llevan a la oración que cuando simplemente se estudian. Por eso se
explica también que Cristo sea el único Maestro al que hemos de seguir a
rajatabla. Ya hemos visto cómo
Jesús se señala como “el camino, la verdad, y la vida”.( Jn 14,
6)
Y
nótese que, habitando en Él todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia
(Col 2, 3 en el cual están ocultos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia.) solamente nos enseña a conocer a Dios. Es que la
ciencia de la santidad vale más que
todas las ciencias humanas.
El objeto de la voluntad, en el orden moral, es el bien, aunque nosotros también podemos elegir el mal. Por tanto el estudio de la voluntad humana de Cristo se refiere a la moralidad de sus actos, es decir, a su santidad.
Se suelen distinguir dos tipos de conducta moral o santidad en Cristo:
1) SANTIDAD NEGATIVA: Ausencia de pecado y de imperfección.
Jesús estuvo libre de todo pecado personal.
El mismo Cristo dice: “¿Quién de vosotros me agüira de pecado?”
Es interesante observar que ni sus enemigos pudieron probar un pecado contra Él. Recordemos que en la Pasión se presentaron numerosos testigos falsos que no pudieron probar nada, de forma que para poder condenarle, el sumo sacerdote tuvo que recurrir al testimonio mismo de Cristo y fue condenado exclusivamente por decir que es el Hijo de Dios.
El Hijo de Dios
hecho hombre no podía pecar.
La
Escritura está diciendo: Cristo es
“santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores”; al decir
que es inmaculado indica que tampoco tuvo el pecado original, ni, por
consiguiente, la inclinación al mal que es su
consecuencia.
Hay cosas que no son pecado, pero si una imperfección que sería mucho mejor no tenerla. ¿ Tuvo Jesucristo alguna imperfección? Si tenemos en cuenta que la “receta” universalmente valedera para alcanzar la santidad es hacer lo que Dios quiere, cuando lo quiere y como Dios lo quiere; es decir hacer en todo momento la voluntad de Dios y Cristo dice: “ Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Cfr. Jn 4, 34 ) y: “ Yo hago siempre lo que es de su agrado” ( Cfr. Jn 8, 29), es decir, hizo siempre lo que agradaba al Padre, tenemos que llegar a la conclusión de que no tuvo la más mínima imperfección. Por tanto Cristo estuvo libre de todo pecado personal, del pecado original y de toda imperfección. Pero esto no es más que el aspecto negativo de la santidad, la ausencia de todo pecado.
SANTIDAD
POSITIVA:
Propiamente la santidad consiste en la presencia en el alma de la
gracia santificante. Ahora bien, Cristo además de la gracia de Unión, es decir
la gracia de que su naturaleza
humana esté unida a la divina, su alma tuvo la plenitud de la gracia
santificante. S. Juan lo afirma claramente: “hemos visto su gloria.... lleno
de gracia y de verdad” y: “de su
plenitud todos hemos recibimos gracia por gracia” (Jn 1, 14 –
16: Y la Palabra se
hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. da
testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí
se ha puesto delante de mí: porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud
hemos recibido todos, y gracia por gracia.)
Evidentemente también recibió Jesús gracias actuales, ya que, como verdadero hombre, para obrar sobrenaturalmente necesitaba el auxilio sobrenatural de Dios.
Con la gracia santificante se nos infunden todas las virtudes. En nosotros la gracia santificante, que es la vida divina en el alma, debe ir creciendo y, juntamente con la gracia, crecen las virtudes infusas. Como Cristo tenía desde el primer instante de su ser la plenitud de la gracia santificante, ésta no pudo crecer.
·
Lc 2, 52: Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres.
Cuando el Evangelista habla así, quiere decir que, conforme el Señor iba creciendo en edad, iba dando muestras externas cada vez más expléndidas de la sabiduría y la gracia que había en él. Además, debemos tener en cuenta que con la gracia nosotros recibimos las virtudes que deben ir creciendo, a medida que las vamos ejercitando. Jesús, al tener desde el principio la plenitud de la gracia santificante, poseía en grado eminentísimo y perfectísimo todas las virtudes, menos cuatro, que no pudo tener por causa de su perfección:
1.
LA FE: Se opone a la visión beatífica. Cristo, que veía claramente a Dios,
no podía tener fe, como tampoco la tiene los bienaventurados que están en el
Cielo. El es el autor y consumador de la fe ( Cfr. Hb 12, 2); autor, porque nos
merece la gracia sin tenerla y consumador porque es el camino que nos conduce a
la visión beatífica.
2.
LA ESPERANZA: Si no tuvo fe, tampoco pudo tener esperanza. El objeto de la
esperanza es la visión beatífica y Él ya la tenía. Nadie espera lo que ya tiene.
3.
LA PENITENCIA: Como Cristo
no tiene pecado, por ser Dios, no puede tener la virtud llamada de la
penitencia. Esta virtud consiste en el arrepentimiento de los propios pecados.
Si a la confesión se le llama sacramento de la Penitencia es porque precisamente
en él practicamos la virtud de la penitencia. Cristo sentía, ciertamente, dolor
intenso por los pecados de la humanidad, pero esto significa ejercitar la virtud llamada “caridad”.
De la misma manera nos puede suceder a nosotros: si sentimos dolor al ver una
persona que ofende a Dios, es porque amamos a Dios y a la persona que le ofende;
pero no podemos confesarnos del pecado ajeno.
4.
LA CONTINENCIA: La Concupiscencia es
consecuencia del pecado original. Como Cristo no lo tenía, pues tampoco pudo
tener malas inclinaciones y, por consiguiente, carecía de la virtud de la
continencia que consiste en frenar esas malas inclinaciones. Continencia viene
de contenerse, refrenarse.
Fuera de estas cuatro virtudes, tuvo todas las demás en grado eminentísimo.
LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO.
El texto es famoso y muy estudiado en el Sacramento de la Confirmación, pues enuncia uno a uno los dones del Espíritu Santo. Y estos dones estuvieron sobre Jesús. ¿Todos los dones? Si leemos atentamente el texto y contamos los dones, observamos que no están todos. Falta el don de piedad. El DON DE PIEDAD indica siempre la actitud filial ante Dios. Y nosotros sabemos muy bien que ese don nunca le faltó a Cristo, pues constantemente estaba cumpliendo la voluntad del Padre. Pero además el mismo texto goza de una explicación. En hebreo, la palabra “temor” tiene un significado muy amplio con muchos matices. Indica no solo el temor, sino también la actitud de piedad. Por esa razón, en nuestra enumeración de los dones del Espíritu Santo se ha desdoblado el don de temor de Dios en dos: don de temor y don de piedad.
Y esto es así porque existen varias formas de temor. El llamado temor servil, que consiste en el miedo al castigo. Hay muchos pecadores que tienen temor servil, se arrepienten solamente porque no quieren irse al infierno. Esto es una cosa muy útil, por cuanto ayuda a la conversión, pero no es un don del Espíritu Santo. El temor filial, que sí es un don del Espíritu Santo, es el temor a dar un disgusto a Dios, no por miedo al castigo, sino porque le amamos y darle un disgusto es como herirnos a nosotros mismos. Le amamos tanto, tanto, que por nada del mundo quisiéramos ocasionarle un disgusto ni hacer algo que le desagrade. Pues bien, Cristo, que no podía dar un disgusto a Dios, no pudo tener esta forma de temor de Dios. Pero tal como para nosotros en el cielo el temor filial se convertirá en temor reverencial, es decir, en una actitud de adoración que sobrecoge el alma ante la infinita majestad de Dios; el alma humana de Cristo, que veía cara a cara a su Padre, tenía que estar penetrada de una profunda actitud reverencial de adoración. Tuvo, pues, en grado eminentísimo todos los dones del Espíritu Santo.
JESÚS ES
NUESTRO MODELO
Desde Toda la eternidad, Dios nos ha predestinado a hacernos conformes a la imagen de su Hijo. Nos quiere hijos suyos semejantes al Hijo. Por eso, toda la vida cristiana debiera ser un proceso de crecimiento en la gracia, en las virtudes y en el conocimiento de Dios, hasta alcanzar el grado de santidad al cual Dios nos llama. Tal como en el orden natural, vamos creciendo desde niños; de la misma manera debemos hacerlo en el orden espiritual. Ciertamente no es cosa fácil, pero tampoco imposible. Cuando Dios quiere una cosa da los medios y medios eficaces. Pero si nosotros empleamos mal los medios, si los desaprovechamos y no correspondemos a las gracias que Dios nos da, nos quedamos en la mediocridad y, como nada manchado entra en el Cielo (Cfr. Ap 21, 27: Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero.), tendremos que estar en el purgatorio según el tiempo que hayamos perdido aquí abajo... Lo importante es que esto que estudiamos nos aproveche para alcanzar la santidad.
El Hijo de Dios hecho hombre, santo, inmaculado, inocente, sin pecado, con todas las virtudes y todos los dones, viene para ser nuestro Redentor. El Plan de la Redención es verdaderamente grandioso de parte de Dios.
Ese es el Plan de Dios: nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia........ y para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo. Y ese Plan está establecido desde toda la eternidad, desde antes de crear el mundo, desde antes de que existiéramos. Pero intervino el pecado y, al parecer, este plan de Dios se malogró. Pero Dios no puede ser vencido. Él nos ama con amor infinito y un amor infinito no tropieza con ningún obstáculo. Por parte de Dios no queda y nos envía el Redentor. Por el texto de Efesios rápidamente podemos concretar que la finalidad de la Redención no es simplemente salvarnos, sino santificarnos. Pero eso no quiere hacerlo Dios sin contar con nuestro beneplácito, con nuestra cooperación. Por parte de Dios no puede fallar, nosotros somos los que aceptamos o no, los que fallamos. Cristo viene a redimirnos para que nuevamente podamos llegar a la presencia de Dios santos e inmaculados.
LIBERTAD DE
JESUCRISTO
Nuestra libertad cosiste en la posibilidad de elegir entre varias cosas. Y ese es un constitutivo del hombre. Jesucristo también fue libre, de lo contrario no habría sido verdaderamente hombre.
Consta por la Sagrada Escritura:
Una objeción-> Como el hombre puede elegir entre el bien y el mal, cuando obra el mal, con plena libertad, peca. Se suele decir que esa posibilidad de elegir el mal y rechazar el bien es la libertad, como a la inversa. Pero si Jesucristo no puede obrar pecado, es que no tiene capacidad para elegir el mal y por tanto, no es libre.
La objeción se puede reducir a esta pregunta: ¿Cómo compaginar la impecabilidad con la libertad?
Lo primero que debemos decir es que el pecado es una elección mal hecha, imperfecta, e la elección del mal en lugar del bien. Cristo no podía elegir el mal, como tampoco lo puede elegir Dios, y no por eso deja de ser Dios, o es un mal dios o no goza de libertad para obrar. Poder elegir el mal ¿es una perfección o una imperfección? Sin duda alguna responderemos que se trata de una imperfección de nuestra voluntad. Cuanto más perfecta moralmente es una persona tanto más incapaz se hace de elegirlo. Cuando San Pablo dice que para el cristiano no hay ley, no quiere decir que pueda hacer lo que le venga en gana, sino que, si es cristiano de verdad, está de tal manera centrado en Dios, que, aunque la ley no existiera, obraría libremente de acuerdo con ella.
........ Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis
satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre
sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois
conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
El cristiano es tanto más libre cuanto más vive Cristo en él. Por tanto, Cristo fue libérrimo precisamente a causa de su impecabilidad. Nuestra auténtica libertad que se debe a que Cristo vive en nosotros, viene de la plenitud de Cristo.