El misterio de la Iglesia es inseparable del misterio de Cristo. Los dos no forman más que uno. Ésa es una enseñanza muy propia de San Pablo y es lo que vamos a estudiar en este tema.
El texto de Pablo es muy ilustrativo si
atendemos al original griego:
sumfutoi. Tiene el significado de “unión
vital”, “hacerse una sola cosa”. Y eso implica que debemos ser nosotros y Cristo
una sola cosa, íntima y permanente; porque si nos separamos dejamos de ser de
Cristo y su savia divina no corre por nuestras vidas, y, por lo tanto,
morimos.
1.
La
Iglesia y Cristo forman el Cristo total.
Cristo no puede concebirse sin la
Iglesia; a través de toda su vida, de todos sus actos, Jesús perseguía la gloria
de su Padre, pero la Iglesia era la obra maestra por la cual debía procurar
sobre todo esa gloria. Cristo vino a la tierra para crear y organizar la
Iglesia. Es la obra a la cual se encamina toda su existencia y la que confirma
por su Pasión y muerte. El amor hacia su Padre condujo a Cristo hasta el monte
Calvario; pero era con el fin de formar allí la Iglesia y hacer de ella,
purificándola amorosamente por medio de su sangre divina, una esposa sin mancha
ni lunar (Cfr. Ef 5, 25-26); tales son las palabras de San Pablo. Veamos,
pues, lo que es para el gran Apóstol esa Iglesia, cuyo nombre acude con tanta
frecuencia a su pluma que resulta inseparable del nombre de Cristo. Podemos
considerar a la Iglesia de dos maneras. Como sociedad visible, jerárquica,
fundada por Cristo para continuar en la tierra su misión santificante; este
organismo visible está animado por el Espíritu Santo; considerada de este modo
se la puede llamar el cuerpo místico de Cristo.
Podemos considerar también lo que
constituye el alma de la Iglesia, es decir, al Espíritu Santo que se une a las
almas mediante la gracia y la caridad.
Es cierto que la unión al alma de
la Iglesia, es decir, al Espíritu Santo, por la gracia santificante y el amor,
es más importante que la unión al cuerpo de la misma Iglesia, es decir, que la
incorporación al organismo visible pero en la economía normal del Cristianismo
las almas no entran a participar de los bienes y privilegios del reino invisible
de Cristo, sino uniéndose a la sociedad visible.
Cómo se organizó, se desarrolló y se difundió
por el mundo esa sociedad establecida por Cristo sobre Pedro y los Apóstoles,
para conservar la vida sobrenatural en las almas, se estudió en el Tema 2. Lo
que debemos saber es que ella es, en la tierra, la continuadora de la misión de
Jesús, por su doctrina, por su jurisdicción, por los sacramentos, por su
culto.
a.
Por su doctrina, que guarda intacta e íntegra en una
tradición viva y nunca interrumpida.
b.
Por su jurisdicción, en virtud de la cual tiene
autoridad para dirigirnos en nombre de Cristo.
c.
Por los sacramentos, con los cuales nos facilita el
acceso a las fuentes de ]a gracia que su divino Fundador
creó.
d. Por su culto, que ella misma organiza para tributar toda
gloria y todo honor a Cristo y a su Padre.
¿Cómo la Iglesia continúa a Cristo
por su doctrina y su jurisdicción? Cuando Cristo vino al mundo, el único medio
de ir al Padre era la sumisión entera a su Hijo Jesús: «Este es mi Hijo muy
amado; escuchadle» (Mc 1, 7-11). Pero después de su Ascensión, Cristo
dejó sobre la tierra a su Iglesia, y esa Iglesia es como la continuación de la
Encarnación entre nosotros. Esa Iglesia, es decir, el Soberano Pontífice y los
Obispos con los pastores que les están sometidos, nos habla con toda la
infalible autoridad del mismo Cristo. Mientras vivía en la tierra, Cristo
contenía en sí la infalibilidad: «Yo soy la verdad, yo soy la luz; el que me
sigue no anda en tinieblas, sino que llega a la vida eterna» (Jn 14,6;
8,12). Pero antes de dejarnos, confió esta prerrogativa a su Iglesia: «Como
mi Padre me envió, os envío yo a vosotros» (Jn 20,21). «Quien os oye, me
oye; quien os desprecia, me desprecia y desprecia a Aquel que me envió» (Lc,
10,16). La Iglesia está investida con todo el poder, con la autoridad
infalible de Cristo, y a ella debemos la sumisión absoluta de todo nuestro ser,
inteligencia, voluntad, energías. La Iglesia, es el único medio de ir al Padre.
El Cristianismo, en su verdadera esencia, no es posible sin esta sumisión
absoluta a la doctrina y a las leyes de la Iglesia.
Esa sumisión es la que distingue
propiamente al católico del protestante. El protestante, por ejemplo, puede
creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía; pero si lo hace, es porque
considera que esa doctrina está contenida en la Escritura y la Tradición,
interpretadas de acuerdo con los dictados de su razón y luces personales; el
católico cree porque se lo enseña la Iglesia, que es la que ocupa el lugar de
Cristo, los dos admiten la misma verdad, pero de distinto modo. El protestante
no se somete a ninguna autoridad, no depende más que de sí mismo; el católico
recibe a Cristo con todo lo que ha enseñado y fundado. El Cristianismo es
prácticamente la sumisión a Cristo en la persona del Soberano Pontífice y de los
pastores que a él están unidos, sumisión de la inteligencia a sus enseñanzas,
sumisión de la voluntad a sus mandatos. Este camino es seguro, porque nuestro
Señor está con sus Apóstoles hasta la consumación de los siglos (Mt 28,
20), y ha rogado por Pedro y sus sucesores para que su fe nunca vacile ni se
extinga (Lc 22,32).
La Iglesia es también continuación
viviente de su mediación. Cristo después de su muerte ya no puede merecer; pero
está siempre vivo intercediendo sin cesar delante de su Padre en favor nuestro.
Y al instituir los Sacramentos, fijó y determinó los instrumentos de que iba a
servirse para aplicarnos, después de su Ascensión, sus méritos y darnos su
gracia.
Pero ¿dónde están los Sacramentos?
Nuestro Señor se los ha confiado a
la Iglesia.
·
Mt 28, 19: «Id, dijo, al subir a los
cielos, a sus Apóstoles y a sus sucesores, enseñad a todas las gentes,
bautizando a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo».
·
Jn 20, 23: Les comunica el poder de
perdonar y retener los pecados: «Los pecados serán perdonados a cuantos se los
perdonareis, y a los que se los retuviereis, retenidos les
serán» (Cfr.
Lc 7, 19).
Les dejó el encargo de renovar en
su nombre y en memoria suya el sacrificio d e su cuerpo y de su
sangre.
Así, pues, los medios oficiales
establecidos por Jesús, los veneros de gracia que ha hecho brotar para nosotros,
los custodia la Iglesia, y en ella los encontramos, porque a ella se los confió
Cristo. Nuestro Señor, en fin, encomendó a su Iglesia la misión de continuar en
este suelo su obra de religión.
En la tierra Jesucristo ofrecía a
su Padre un cántico perfecto de alabanza; su alma contemplaba sin cesar las
divinas perfecciones; y de esta contemplación nacía en ella una adoración y un
tributo no interrumpido de alabanzas a la gloria del Padre. Por su Encarnación,
Cristo asocia, en principio, todo el género humano a la práctica de esta
alabanza, y al subir de nuevo a la gloria, confía a la Iglesia el cuidado de
perpetuar en su nombre estos cánticos que suben hasta el Padre. En torno del
sacrificio de la Misa, centro de toda nuestra religión, la Iglesia organiza el
culto público, que ella sola tiene derecho a ofrecer en nombre de Cristo su
Esposo, y, de hecho, establece todo un conjunto de oraciones, de fórmulas, de
cánticos, que engastan su sacrificio; en el curso del ciclo litúrgico, ella es
quien distribuye la celebración de los misterios de su divino Esposo, de modo
que sus hijos puedan cada año vivir de nuevo aquellos misterios, y dar por ellos
gracias a Jesús y a su Padre, y beber en ellos la vida divina que iluye de ellos
por haber sido vividos antes por Jesús. Todo su culto converge en Cristo.
Apoyándose en las satisfacciones infinitas de Jesús, en su calidad de mediador
universal y siempre vivo, la Iglesia termina sus plegarias: «Por Jesucristo
Nuestro Señor que contigo vive y reina», y del mismo modo, pasando por Cristo,
toda adoración y toda alabanza de la Iglesia sube al Padre Eterno y es acogida
con agrado en el santuario de la Trinidad: «Por El, y con El y en El, te
tributamos a Ti, Dios Padre omnipotente, juntamente con el Espíritu Santo, todo
honor y toda gloria» (Ordinario de la Misa).
Y así, la Iglesia está tan unida a
Cristo, posee de tal modo la abundancia de sus riquezas, que bien puede decirse
que ella es el mismo Cristo viviente en el transcurso de los siglos. Cristo vino
a la tierra no ya sólo por los que en su tiempo moraban en Palestina, sino por
todos los hombres de todas las edades. Cuando privó a los hombres de su
presencia sensible, les dio la Iglesia, con su doctrina, su jurisdicción, sus
sacramentos, su culto, cual si quedara El mismo: en la Iglesia, por
consiguiente, encontramos a Cristo. Nadie va al Padre -y en el ir al Padre
consiste toda la salvación y la santidad- sino por Cristo (Jn 14,6). Pero
grabad bien en vuestra memoria esta verdad no menos capital: nadie va a Cristo
sino por la Iglesia, no somos de Cristo si no somos, de hecho o por deseo, de la
Iglesia; no vivimos la vida de Cristo sino en cuanto estamos unidos a la
Iglesia.
2.
Cristo es la
Cabeza:
·
Ef 1, 22-23:
Bajo sus pies sometió todas
la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la
Plenitud del que lo llena todo en todo.
·
Col 1, 18: El es también la Cabeza del
Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos,
para que sea él el primero en todo
·
Rom 12, 4-5: Pues, así como nuestro
cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros
la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un
solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los
otros.
Cabe tener presente: Ef 2, 4-9: Pero Dios, rico en
misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de
nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido
salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús,
a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia,
por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por
la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de
Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se
gloríe.
Nótese que el egoísmo
es el gran pecado contra el Cuerpo Místico.
En la Iglesia de
Cristo, hay que distinguir entre cuerpo y alma. Al cuerpo pertenecen los que por
el Bautismo han quedado incorporados en la Iglesia visible. Al alma, todos
cuantos están en gracia de Dios. Puede suceder por desgracia que alguien
pertenezca solamente al cuerpo de la Iglesia y no al alma. Es el caso de un
católico en pecado mortal. A la inversa, un no bautizado, pero que ha hecho un
acto de contrición perfecta (que equivale al bautismo de deseo) pertenece al
alma de la Iglesia, aunque no al cuerpo. Para salvarse es preciso pertenecer al
alma de la Iglesia.
3.
Los miembros de
Cristo:
La unidad del cuerpo no elimina la diversidad de los miembros: “En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia” (LG 7).
El
Hijo de Dios, encarnándose en las purísimas entrañas de la Virgen Santísima, se
hizo cabeza de la humanidad pecadora, para redimirnos del pecado y salvarnos;
sólo así podía el hombre unirse sobrenaturalmente a Cristo por medio de la
gracia (Jn 15, 4-6).
Nuestro Señor Jesucristo manifestó muchas veces el plan que tenía de incorporarnos a Él sobrenaturalmente como miembros con su Cabeza: “Permaneced en mí, como yo en vosotros... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 4-5); “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).
Por eso es preciso mirar a todo el
Género Humano a la luz del Cuerpo Místico, aunque cada uno a su
manera.
Hay unos miembros que pertenecen
de modo directo al Cuerpo Místico:
-
Los
bienaventurados (Iglesia triunfante), que ya gozan de la visión beatífica de
Dios.
-
Las
almas del purgatorio (Iglesia purgante) que habiendo dejado este mundo, están
purificándose para entrar en la gloria eterna.
-
Las
almas en gracia que aún viven en la tierra.
-
Los
pecadores bautizados.
Hay otros miembros que vamos a
llamar posibles:
-
Los
que aún no son miembros, pero que llegarán un día a serlo.
-
Los
que no lo son ni llegarán nunca a serlo.
La posibilidad de que estos dos últimos grupos se incorporen al Cuerpo Místico de Cristo, depende de las gracias actuales que Cristo les ofrece y de su libre albedrío con el que puede aceptar o rechazar la gracia.
Eso quiere decir que los únicos
que no tienen nada que ver con ese Cuerpo Místico de Cristo, son los condenados.
Pero del resto de la humanidad nadie puede ni debe sernos indiferentes y, con
criterio auténticamente cristiano, hemos de ver en todos y en cada uno a un
hermano a quien hemos de servir por amor a Cristo.
¿Y los ángeles?
De este modo habla el Catecismo de la Iglesia
Católica:
331
Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt
25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él
fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las
invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo
fue creado por él y para él" (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha
hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos
espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la
salvación?" (Hb 1, 14).
332
Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados "hijos de Dios")
y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de
lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su
realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn
19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf
Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el
pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones
(cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar
más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del
Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
En la Iglesia hay un doble
crecimiento:
a)
En
número de miembros
b) En
aumento de gracia.
· Ef 4, 14-15: Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo.
·
Col 1, 10: para que viváis de una
manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y
creciendo en el conocimiento de Dios.
· I Pd 2, 1-2: Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación,
·
I
Pd 3, 18: Pues también Cristo, para
llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos,
muerto en la carne, vivificado en el espíritu.
Debemos tener sumo aprecio por los
medios que tenemos para crecer, que son los Sacramentos, como vimos más arriba,
y, sobre todo, con el Sacrificio Eucarístico.
Revestirse de Cristo es revestirse del Amor de Cristo, puesto que Dios es Amor. La virtud que debe distinguir a los miembros de Cristo es la CARIDAD. (Jn 13, 34-35: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»)
Estamos
incorporados a Cristo y por tanto todo lo de Cristo es nuestro. Si, como dice
San Pablo, en Cristo, hemos muerto al pecado y hemos resucitado, a una nueva
vida, en Cristo tenemos derecho a una vida nueva y por tanto al Cielo. En Cristo
somos hijos de Dios, participantes de su realeza, de su sacerdocio,
....
Es interesante corroborar cómo
estamos incorporados en Cristo, Hijo de Dios e hijo de María. De la misma manera
nosotros, estamos incorporados a Cristo y por eso somos Hijos de Dios e hijos de
María. En Cristo tenemos Padre y Madre.
Según San Pablo,
estamos tan incorporados con Cristo, que Él nos lo merece todo y lo quiere
compartir todo con nosotros:
Toda la humanidad de
Cristo, alma y cuerpo, influye en el alma y en el cuerpo de sus miembros.
Dentro del Cuerpo Místico cada miembro tiene una función particular para servir al bien común:
Según estos textos,
todo cuanto tenemos (tiempo, salud, dinero, instrucción, habilidades, la misma
enfermedad y sufrimiento...) debe estar al servicio del Cuerpo Místico.
Recuérdese la parábola de los talentos ( Mt 25,
14-30).
De todo esto se
desprende que la vida cristiana ha de ser un SERVICIO a los hermanos por amor a
Cristo que vino a servir y no a ser servido (Cfr. Mt 20,
25-28)
INFLUENCIA
MUTUA.
No es sólo doctrina del Nuevo Testamento. En El Antiguo la santidad o la falta moral de un individuo afectaba a los otros, y a veces al Pueblo entero.
TAMBIÉN
NUESTROS PADECIMIENTOS SON ÚTILES AL CUERPO MÍSTICO.
DEBERES
DE NUESTRA INCORPORACIÓN EN EL CUERPO MÍSTICO.
Para un miembro vivo del Cuerpo Místico, la muerte significa pasar a la
Casa del Padre, sobre todo si ha vivido en la fe del Hijo de
Dios.
CONCLUSIONES TOMADAS
DEL MAGISTERIO DE LA
IGLESIA
EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO ES LA IGLESIA CATÓLICA
Pío XII, en su magistral encíclica
“Corporis Christi mystici”, dice: “Para definir y describir esta verdadera
Iglesia de Cristo, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica, Romana, nada
más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo
Místico de Cristo, expresión que dimana y como brota de lo que en las Sagradas
Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se
enseña”.
La doctrina del Cuerpo Místico de
Cristo podemos resumirla en estos principios:
1º Todos los cristianos, unidos
entre sí, somos miembros de un mismo cuerpo.
2º La Cabeza de este cuerpo es
Cristo. Por tanto, todos los cristianos somos también miembros de Cristo, y como
tales podemos llamarnos con toda verdad complemento de Cristo, como el miembro,
en verdad, es complemento de la cabeza en el cuerpo
humano.
3º Cristo es el modelo de
perfección al que tiende este cuerpo en su actividad
sobrenatural.
LA
VIDA DE CRISTO EN SU CUERPO MÍSTICO
Los creyentes que responden a la Palabra de
Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a
Cristo: “La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo,
muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero
real” (LG 7).
Esta unión se da particularmente
en el caso del Bautismo, por el cual nos unimos a la muerte y a la resurrección
de Cristo (cf Rm 6, 4-5; 1Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la
cual, “compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la
comunión con Él y entre nosotros” (LG 7).
La unión con Cristo produce la
caridad entre los fieles: “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con
él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él” (LG
7).
La unión con Cristo anula todas
las divisiones humanas: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre
ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (GaL 3,
27-28).
El Cuerpo Místico de Cristo es un
cuerpo esencialmente dinámico,
vivo, su principio de unidad y vitalidad es el Espíritu Santo: “Baste para
confirmar esto, que siendo Cristo la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es
su alma. Lo que es en nuestro cuerpo el alma, eso es el Espíritu Santo en el
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia” (Divinum illud, 1, nº 13, León
XIII).
El Concilio Vaticano II,
recogiendo la doctrina tradicional de la Iglesia, dice: “Y para que nos
renováramos incesantemente en Él (cf. Ef. 4, 23) nos concedió participar de su
Espíritu, quien, siendo uno en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica
todo el cuerpo, lo une y lo mueve que su oficio puede ser comparado por los
Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el
cuerpo humano” (LG, Constitución dogmática sobre la Iglesia, nº
7).
En la encíclica Mystyci Corporis Pío XII dice
que: “La que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fue hecha espiritualmente,
por un nuevo título de dolor y de gloria (junto a la Cruz de Jesús), Madre de
todos los miembros… Ella es Madre Santísima de todos los miembros de
Cristo”.
“La Virgen María es verdaderamente
la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en
la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (San Agustín).
Con
la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo está íntimamente relacionado el dogma
de “la Comunión de los Santos” que profesamos en el Credo. Es uno de los dogmas
más hermosos y con-soladores, profundamente enraizado en la Sagrada Escritura y
la Tradición Divina.
“Como todos los creyentes forman
un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues,
necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia” (Santo Tomás de
Aquino).
La Comunión de los Santos es la
comunicación de bienes espirituales, tesoro de la Iglesia, que se da entre los
fieles de la tierra, del purgatorio y del cielo por la íntima unión de caridad y
solidaridad con que todos están unidos entre sí con
Cristo.
El tesoro espiritual de la Iglesia
es el conjunto de bienes espirituales, que son: los méritos y frutos infinitos
del Señor, los méritos de la Santísima Virgen y de los Santos que son
incalculables, el valor y fruto del sacrificio de la Santa Misa y las buenas
obras de los fieles: oraciones, sacrificios, sacramentos, apostolado,
indulgencias, etc…
Así como la savia se comunica a
todas y a cada una de las partes del árbol y la sangre a todas las partes del
cuerpo, del mismo modo los fieles de la Iglesia militante se comunican unos a
otros los bienes espirituales por la oración, el sacrificio, el buen ejemplo,
las obras de caridad.
Los fieles de la Iglesia militante se comunican con los
de la Iglesia purgante con la oración y los sufragios y con la Iglesia
triunfante por la oración, el culto y la imitación de las virtudes de los
bienaventurados.
Todo el Cuerpo Místico de Cristo
es esencialmente apostólico. Toda la Iglesia es apostólica, en cuanto que fue
enviada por Cristo a predicar el Evangelio al mundo entero, todos los católicos deben ser
apóstoles: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación
al apostolado”.
Se llama apostolado “a toda
actividad del cuerpo místico” que tiende a “propagar el Reino de Cristo
por toda la tierra”. “La fecundidad del apostolado depende de la unión vital con
Cristo” (Catecismo Romano, nº 863).
“Misterio
verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: que la salvación de
muchos depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros
del Cuerpo Místico de Jesucristo dirigidas a este objeto y de la colaboración de
los pastores y fieles(...) con lo que vienen a ser cooperadores de nuestro
divino Salvador”
(Pío XII).
1. ¿Qué es el Cuerpo Místico
de Cristo? El Cuerpo Místico de Cristo
es la unión de todos los cristianos entre sí y con su cabeza que es
Cristo.
2. ¿Cómo se transmite la vida de Cristo a los miembros de su Cuerpo
Místico? La vida de Cristo se
transmite a los miembros de su Cuerpo Místico a través de los sacramentos; sobre
todo del Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía.
3. ¿Cuál es la definición más excelente de la Iglesia
Católica? La definición más excelente
de la Iglesia Católica es la de Cuerpo Místico de Cristo.
4. ¿Quién es el alma del
Cuerpo Místico de Cristo? El alma del Cuerpo Místico
de Cristo es el Espíritu Santo, que es quien lo vivifica, une y
santifica.
5. ¿Quién es la Madre del
Cuerpo Místico de Cristo? La Madre del Cuerpo Místico
de Cristo es la Santísima Virgen María, porque Ella es la Madre de todos los
miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
6. ¿Qué es la Comunión de
los Santos? La Comunión de los Santos
es la comunicación de bienes espirituales que se da entre los fieles de la
tierra, del purgatorio y del Cielo.
7. ¿De qué bienes
espirituales se participan en la Comunión de los Santos? Los bienes
espirituales de los que participan los fieles de la tierra, el Cielo y el
purgatorio son: los méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo, los de la
Virgen Santísima y de los santos, que son incalculables, así como del sacrificio
de la Santa Misa y de las oraciones y buenas obras de los
fieles.
8. ¿Qué misterio profundo
encierra la doctrina de la Comunión de los Santos? El misterio profundo que
encierra la doctrina de la Comunión de los Santos es que la salvación de muchas
almas depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del
Cuerpo Místico.