Tema 16:
LA
GRACIA
En el cristiano hay dos
clases de vida: Una natural y otra sobrenatural. La vida natural procede de la
unión del alma con el cuerpo. La vida sobrenatural consiste en la maravillosa
unión del alma con Dios, por la gracia santificante, que recibimos por los
sacramentos.
La gracia es un don
sobrenatural que Dios concede para alcanzar la vida
eterna.
Se llama gracia porque Dios, en virtud de los méritos de Jesucristo, nos la concede gratuitamente, sin haberla merecido nosotros.
Lo primero que hay que tener presente es que “justicia” en la Sagrada
escritura significa propiamente “santidad”. (Cfr. Rom 1, 16-17). El proceso de justificación, por tanto,
comprende todo lo que el alma necesita
para salir del pecado grave y alcanzar la gracia santificante.
Tengamos siempre presente que, en el estado actual de la humanidad caída y redimida, toda gracia es gracia de Cristo y se debe a sus méritos redentores.
De la misma manera tendremos presente que Dios respeta la libre voluntad del hombre y que éste puede aceptar o rechazar la gracia:
Eclo 15,
11-18: No digas: «Por el Señor me
he apartado», que lo que él destesta, no lo hace. No digas: «El me ha
extraviado», pues él no ha menester del pecador. Toda abominación odia el Señor,
tampoco la aman los que le temen a él. El fue quien al principio hizo al hombre,
y le dejó en manos de su propio albedrío. Si tú quieres, guardarás los
mandamientos, para permanecer fiel a su beneplácito. El te ha puesto delante
fuego y agua, a donde quieras puedes llevar tu mano. Ante los hombres la vida
está y la muerte, lo que prefiera cada cual, se le dará. Que grande es la
sabiduría del Señor, fuerte es su poder, todo lo ve.
Hay
dos clases de gracia: la gracia santificante y la gracia
actual.
El Papa Pablo VI dijo que “la participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural”.
El Señor que conoce nuestra debilidad para cumplir los Mandamientos y obrar como corresponde a nuestra dignidad de hijos de Dios, nos concede el auxilio sobrenatural de la gracia para que seamos buenos hijos de Dios.
Para comprender mejor todo esto vamos a traer un caso práctico. Nos vamos a imaginar un proceso de conversión. Se trata de un alma que está en pecado, apartada de Dios y que vive de espaldas a Él. Esta alma, por estar en pecado, es enemiga de Dios y necesita reconciliarse con Dios.
Entonces surge una pregunta necesaria: ¿Quién ha de dar el primer paso? Para responder estudiaremos varios textos:
De entre todos los textos,
destaca claramente el primero donde se ve que el primer paso lo da Dios,
llamando al alma a la conversión con la gracia actual. Los otros textos insisten
en la necesidad de coopera a esta gracia.
El
pecador está caído, tendido –así podemos decirlo- en el suelo. Para levantarse
necesita que Dios le tienda la mano, pero él ha de aceptar esa mano de Dios.
Dios jamás obliga a la libertad del hombre.
Con
este preámbulo vamos a estudiar el caso práctico que antes
proponíamos.
El caso resulta muy
ilustrativo para el estudio que nos estamos proponiendo. Vamos a analizarlo paso
a paso.
Vers.
1-3:
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba
la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.
Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de
pequeña estatura.
El paso de Jesús por la ciudad de Jericó es la ocasión externa para que Zaqueo reciba un
primer impulso de la gracia actual. Esta ocasión externa (gracia externa) no hay
que confundirla con la gracia actual que es interna, es decir, obra interiormente sobre el
alma.
La primera gracia actual
interna que recibe Zaqueo es el deseo de ver a Jesús (gracia
antecedente)
Dios no nos da todo hecho,
siempre exige nuestro esfuerzo y nos pone a prueba. Zaqueo tropieza con una
doble dificultad en la realización de su deseo: es bajo de estatura y hay mucha
gente, por lo que no puede ver a Jesús. Zaqueo podría haber optado por encogerse
de hombros y dejarlo para otro día. El pasaje del Evangelio hubiera terminado
aquí. No habría pasado nada. No
habría tenido ese contacto con Jesús que le hizo cambiar de vida, no se habría
convertido.
Vers.
4:
Se adelantó corriendo y se subió a un
sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.
Pongámonos en el lugar de nuestro protagonista.
Zaqueo es un personaje que tiene una posición social elevada. En una población
pequeña como Jericó todos se conocen. Y bien sabemos como es el vecindario en
las localidades pequeñas: todo lo comenta y se fija en todo. Luego, de seguro,
Zaqueo iba a ser puesto en la boca de todos, porque que ese personaje de la alta
sociedad de Jericó se subiera a un árbol para ver a Jesús, era ponerse en
ridículo. Zaqueo tiene que vencer el respeto humano. A pesar de todo, sube al
árbol. Ha correspondido a la gracia actual que le invitaba a hacer lo posible
por ver a Jesús. Naturalmente, al aceptar esta primera gracia actual, Dios le
ayudó con otra gracia actual a vencer el respeto humano . A eso le llamamos
gracia cooperante.
Y ¿Qué pasa cuándo un alma corresponde a una gracia actual?
Vers.
5:
Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo,
baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu
casa.»
Dios nunca se deja vencer
en generosidad. Zaqueo solamente había querido ver a Jesús. Pero Jesús le mira,
le habla y, para colmo de la felicidad, le propone hospedarse en su casa. Son
las gracias subsiguientes a las gracias actuales.
Vamos a fijarnos en todos
los detalles: Jesús le pide que se baje del árbol en ese mismo instante para que
vaya a prepararle hospedaje. Este “baja pronto” significa que Zaqueo, a la vista
de todos, de esa multitud que tiene puesta en él su mirada, dé otro espectáculo:
el de bajarse del árbol delante de todos afrontando los subsiguientes
comentarios.
Vers.
6-7: Se apresuró a bajar y le recibió con
alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un
hombre pecador.»
Una vez más, Zaqueo vence el respeto humano y corresponde a la gracia. Pero debemos hacer notar lo irremediable: los comentarios de la gente. Lo dice el versículo 7. Hubo comentarios desfavorables contra la actitud que tomó de Jesús por culpa de Zaqueo, pues era “hombre pecador”. Y es que no podemos olvidar que Zaqueo era recaudador de impuestos y, entre ellos, jefe de publicanos. Éstos eran mal vistos entre la gente del pueblo porque, con frecuencia, se aprovechaban de su oficio para enriquecerse injustamente. Según el relato del Evangelio, Zaqueo era uno de ésos, pues lo que tenía, no todo “era suyo”...
Vers.
8-10: Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor:
«Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a
alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación
a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Por fin, encontramos en el relato la conversión de nuestro pecador. Va a devolver a quienes ha defraudado en algo, el cuádruplo; pero no todo acaba aquí. Dará a los pobres la mitad de lo que posee, o sea: compensará con buenas obras las faltas que cometió antaño. Se realiza en él lo que afirma San Pablo en Ef 5, 5-8: Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Su conversión es sincera. Es un auténtico cambio de vida.
Cristo mismo declara “«Hoy ha llegado la salvación a esta
casa“.
Eso quiere decir que Zaqueo, de pecador se ha convertido en hijo de Dios por la
gracia santificante. No se habla
del bautismo de Zaqueo porque aún no había proclamado Cristo la necesidad
universal de este Sacramento, ni tampoco estaba instituido el Sacramento de la
Penitencia. Hoy día, normalmente, una conversión debe culminar con uno de estos
sacramentos: el Bautismo para el no bautizado; la Penitencia para el bautizado.
Al menos en cuanto al deseo de recibirlos.
En toda este episodio del
Evangelio de San Lucas vemos cómo Zaqueo va correspondiendo a las gracias
actuales y cada correspondencia a
una gracia actual, le va atrayendo otras, las cuales, correspondidas, acaban por
conducir al alma a la justificación(obtener la vida sobrenatural que es la
gracia santificante). Pero este encadenamiento de gracias actuales podría
haberse roto en cualquier momento si Zaqueo hubiera dejado de corresponder a la
gracia en cualquier momento de la cadena. Y quien pierde así una gracia actual
por no aceptarla, pierde, lógicamente, las demás gracias actuales que iban
vinculadas a la primera.
Hay varios ejemplos como éste en
la Sagrada Escritura:
En cambio, no hay correspondencia en:
Como se ve por los textos, la gracia actual,
no solamente impulsa al pecador a la conversión, sino que, constantemente, nos
invita a obrar el bien, a seguir de cerca de Jesús, a vivir de acuerdo con el
Evangelio.
Por consiguiente, la fe,
como simple adhesión intelectual o simple confianza, NO BASTA para salvarse. La
fe debe tener obras, exige manifestarse en toda nuestra
conducta.
Es preciso cooperar a la
gracia.
Pero ¿cómo entender a San Pablo
cuando afirma que nadie es justificado
por las obras de la Ley?
En ese pasaje y en otros
semejantes, nótese que San Pablo se refiere siempre a la Ley Mosaica o a cualquier ley considerada en sí
misma. Tal ley puede prescribir
cosas buenas en sí, pero nunca da
la gracia para realizarlas.
La gracia viene de Dios. Nos
llega por los méritos de Cristo. Pero, exige cooperación y las obras que valen
son las realizadas bajo el impulso y con la ayuda de la
gracia.
Todo esto es clarísimo analizando el texto de I Cor 15, 10 (Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.) En este texto afirma el Apóstol que todo cuanto él es, lo debe a la gracia de Dios, que no fue estéril en él, sino que cuanto ha obrado ha sido a medias, por decirlo así, con la gracia de Dios.
Véase, pues, qué decisivo es en nuestra vida la fiel correspondencia a las gracias actuales que recibimos de Dios como ayuda para nuestra justificación. Éstas son muy necesarias para salir del pecado, para obrar el bien y llevar una auténtica vida cristiana.
Conviene, pues, que cada uno de nosotros reflexione con frecuencia acerca de los impulsos buenos y santos que va recibiendo y de cómo corresponde, para elevar el corazón a Dios, para cumplir el deber de cada uno, para resistir a las tentaciones, para servir a nuestros hermanos,....
Los santos se hicieron santos a fuerza de corresponder siempre más y mejor a la gracia actual. De esta manera iba aumentando considerablemente la gracia santificante.
Recordemos la definición que dimos más arriba de la gracia santificante:
La gracia santificante es un don sobrenatural, infundido por Dios en el alma de modo permanente, que nos hace santos y participantes de la vida divina.
EFECTOS DE LA GRACIA
SANTIFICANTE
La gracia santificante produce en el cristiano
los siguientes efectos: eleva a un estado sobrenatural; convierte al justo en
amigo de Dios, hijo de Dios, heredero del Cielo y templo del Espíritu
Santo.
Vamos a ver, paso a paso, cómo la Biblia nos habla de estos efectos que produce la gracia santificante:
Así como el fluido eléctrico
transforma la bombilla y la savia produce en el árbol hojas, flores y frutos, de
la misma manera la gracia santificante produce frutos sobrenaturales en el alma.
Y, por su efecto, el pecado queda destruido. Al convertirse el pecador en justo,
es decir: al pasar del estado de pecado mortal al de gracia santificante, queda
el hombre renovado, purificado y santificado interiormente.
· Jn 15, 14: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que oí a mi Padre os lo he dado a conocer.
·
Rom 8, 15-17: No habéis
recibido el espíritu de siervo para recaer en el temor, antes habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da
testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también
herederos de Dios, coherederos de Cristo.
·
Gal 4, 4-7: Pero, al llegar
la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo
la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos
la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de
Dios.
·
I Jn 3, 1-2:
Mirad qué amor nos ha tenido
el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce
porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es.
·
Ef 1, 5: Eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad.
·
I Cor 3, 16: ¿No sabéis que sois templos
de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros
·
Jn 14, 23: Jesús le respondió: «Si
alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él.
·
I Cor 6, 19-20: ¿O no sabéis que
vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis
recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados!
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.
· Rom 8, 11: Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.
Siendo esto así, cada crecimiento en gracia santificante, produce un grado más en intimidad de nuestra alma con las Tres Divinas Personas para toda la eternidad.
Esta divinización consiste en que la gracia santificante nos capacita para ver un día a Dios en el cielo, tal como Él se ve, directa, inmediata, intuitivamente y amarlo como Él se ama. Del mismo modo, aunque no en el mismo grado, ya que Dios se conoce y ama en grado infinito, pero la criatura, por ser criatura, conoce y ama a Dios en grado finito y limitado, mayor o menor, según sea el grado de gracia santificante que haya alcanzado en la hora de su muerte.
Pero,
¿por qué no vemos ahora a Dios? Ciertamente podemos responder que esto es
así por haberlo dispuesto Dios de esta manera muy sabiamente. Pero podríamos
hacer una pequeña comparación para entenderlo mejor. Una persona que tiene
vista, para poder ver, necesita de la luz. La gracia es algo así como la vista.
Nos capacita para ver, pero para que veamos de hecho, necesitamos la luz de la
gloria. Por tanto, el alma que sale de esta vida en posesión de la gracia
santificante, ciertamente, infaliblemente, llegará a ver a Dios. Aunque en
algunos casos deba antes purificarse en el purgatorio. Tiene vista y es capaz de
recibir la luz. Pero el alma que sale de esta vida sin la gracia santificante es
semejante al ciego. Es incapaz de recibir la luz y, por consiguiente, nunca verá
a Dios.
En algunos de los textos vistos, se pone el énfasis en el conocimiento de Cristo. Es una seria advertencia. Solamente conociendo bien a Cristo y su doctrina, pero no en forma meramente intelectual y fría, sino asimilándolo profundamente en forma vital, podemos asegurar en nuestra alma un crecimiento rápido y seguro en la vida espiritual.
Lo normal en la vida es crecer, desarrollarse. Sería completamente anormal que un adulto tuviera la estatura de un niño. De igual manera, la vida sobrenatural debe ir creciendo dentro de nosotros, constantemente, en el ejercicio de las virtudes cristianas.
La gracia santificante se pierde por el pecado mortal. Frente a la doctrina de Calvino sobre la imposibilidad de perder la gracia y frente a la doctrina de Lutero, según la cual el estado de gracia sólo se pierde por el pecado de incredulidad, el concilio de Trento enseñó que: “no sólo por el pecado de infidelidad, sino por cualquier otro pecado mortal, se pierde la gracia de la justificación”. (Conc. Trento, Sesión VI).
POR TANTO-> I Cor 10, 12-13: Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito.
NO DEBIERA PERDERSE LA
GRACIA-> I Jn 3, 6-9: Todo el que permanece en él,
no peca. Todo el que peca, no le ha visto ni conocido. Hijos míos, que nadie os
engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el
pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se
manifestó para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no
comete pecado porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha
nacido de Dios.
El que está en pecado mortal puede hacer obras buenas, pero con ellas no merece ni la gracia ni la gloria, aunque puede alcanzar de la misericordia divina la gracia de su conversión. Por eso no debemos dejar nunca la oración, que es un camino certero para alcanzar la gracia y no perderla: “Vigilad y orad para que no caigáis en tentación” (Mt 26, 41).
¿Podemos
tener la certeza absoluta de estar en gracia de Dios?
Sin una revelación especial de Dios, no.
Por eso hemos de proceder con el santo temor de Dios:
·
Ap 16, 15: Mira que vengo
como ladrón. Dichoso el que esté en vela y conserve sus vestidos, para no andar
desnudo y que se vean sus vergüenzas.
SIN EMBARGO, hay ciertas señales que dan certeza moral (mayor o menor según el número e intensidad de estas señales) de que el alma se halla en posesión de la gracia santificante:
Siempre que hablamos de amor al hombre no nos referimos a filantropía, sino al amor al prójimo calcado sobre el amor que Dios nos tiene: I Jn 4, 7-11: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Cfr. Jn 3, 16-18; 4, 20-21; 5, 2-4) Este amor al prójimo nos da, como decía I Jn 4, 17, confianza para el día del Juicio, pues Dios no condenará en un alma su propia semejanza...
Es de considerar que juntamente con la gracia, se infunde en el alma las virtudes teologales y las morales. Así como los dones del Espíritu Santo, capacidades, talentos, que hay que desarrollar con el ejercicio:
De cuanto llevamos dicho, se
desprende que la vida cristiana es una lucha y es preciso luchar valientemente
si queremos conservar y aumentar en nuestra alma la vida divina:
NECESIDAD DE LA GRACIA
ACTUAL
Para crecer en gracia
santificante, además de la oración y los sacramentos(tema que trataremos más
adelante), Dios nos concede, por los méritos redentores de Cristo, abundantes
gracias actuales para que practiquemos las virtudes cristianas y hagamos buenas
obras:
De ahí la exhortación constante del Apóstol a no recibir en vano la gracia de Dios:
II Cor 6, 1-2: Y como cooperadores suyos
que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice
él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad
ahora el momento favorable; mirad ahora el día de
salvación.
De esta manera se explica el texto de Ef 2, 10: En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos. Véase que hemos sido creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios ya las tiene preparadas, ofreciéndonos la ocasión de hacerlas y brindándonos para eso la gracia actual.
Dice Nuestro Señor Jesucristo:
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él,
ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). San Agustín comentando estas palabras de Jesús,
afirma: “Para que nadie piense que el sarmiento podría producir por sí sólo
al menos un pequeño fruto, el Señor no dijo: ”Sin mí podéis hacer poco", sino
que afirmó rotundamente: “Sin mí no podéis hacer nada”. Así, pues, sea poco o
mucho, nada se puede hacer sin Aquel fuera del cual nada es posible
hacer".
“Dios Nuestro Señor quiere que
todos los hombres se salven” (ITim 2, 4).
Y para que se
salven el Señor concede a todos la gracia actual para cumplir los preceptos
divinos: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras
fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis
resistirla” (ICor 10, 13).
Pero para eso, Cristo nos exhorta a la lucha: “Entrad por la puerta
estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y
qué angosto el camino que lleva a la vida!, y pocos son los que la encuentran”
(Mt 7, 13).
“Dios no abandona a los justos con su gracia si no es abandonado antes por ellos” (San Agustín).
Todo acto moralmente bueno tiene
su mérito o valor moral y es digno de un premio. A un mérito corresponde un
premio.
Para que el alma consiga un mérito
sobrenatural es necesario que la obra meritoria sea conforme a la ley de Dios,
que se realice con libertad y en gracia de Dios.
La persona que hace el acto meritorio ha de estar en estado de peregrinación terrenal: “Mientras hay tiempo hagamos el bien a todos” (Gal 6, 10), porque “el tiempo de merecer solamente lo ha dado Dios a los hombres en esta vida” (San Fulgencio).
La obra meritoria ha de hacerse en estado de gracia:
La pérdida de la gracia
santificante por el pecado mortal tiene como consecuencia la pérdida de todos
los méritos. Pero según doctrina general de todos los teólogos, los méritos
reviven en el alma cuando se restaura el estado de gracia santificante, con una
buena confesión.
1. ¿Podemos con nuestras
propias fuerzas cumplir todos los Mandamientos y ganar el Cielo? No podemos con
solas nuestras fuerzas cumplir todos los Mandamientos ni ganar el Cielo, porque
necesitamos el auxilio de la gracia.
2. ¿Qué es la gracia?
La gracia es un don
sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida
eterna.
3. ¿Qué es la gracia
santificante? La gracia santificante es la
que nos hace Hijos de Dios y herederos del Cielo.
4. ¿Qué es la gracia actual?
La gracia actual es un
auxilio de Dios que ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad para
obrar el bien y evitar el mal.
5. ¿Cuáles son los medios
principales para aumentar la gracia? Los medios principales para
aumentar la gracia son la oración, los sacramentos y las buenas
obras.
6. ¿Concede Dios a todos los
hombres las gracias necesarias para salvarse? Dios concede a todos los
hombres las gracias necesarias para salvarse; y los que no se salvan es porque
resisten culpablemente a la gracia.
7. ¿Cómo se pierde la gracia
santificante? La gracia santificante se
pierde por el pecado mortal, que nos priva de la vida divina y nos deja en
estado de condenación.
8. ¿Qué es el mérito
sobrenatural? Mérito sobrenatural es el
valor que se obtiene por una buena obra realizada bajo el influjo de la gracia
divina, al que corresponde una premio sobrenatural.