... para agradecerle al Señor los bienes que les ha
otorgado a través del Padre Alba; pero no sólo las piedras. También los ríos y
las montañas, islas y cordilleras, Montserrat, el Bartolo, Palma de Mallorca,
Las Pedroñeras, el Barrio del Besós, Sentmenat y la Sierra de Cuenca. Y también
el Bierzo y Compostela, y los Andes peruanos y las Siete Colinas, la Selva Negra
y Jasna Gora, en el corazón de Polonia; Fátima, Lourdes y tantos y tantos
lugares donde pasaron los pies peregrinos de un hombre que, paso a paso, puso
por obra aquel Ad maiorem Dei gloria de su padre San Ignacio.
No me olvido de
San Clemente, el Cerro, la Aldehuela, Tiana y Guadalajara. Aula Dei de Zaragoza,
las Salesas de Mallorca, y la Hermandad Sacerdotal que echarán en falta sus
sermones, sus pláticas, sus consejos, sus trabajos y sus rezos.
Quiero salir
al paso en estas líneas a algunas cosas que, a lo largo de mi adolescencia y
juventud, he oído referentes al P. Alba.
Un día me dijeron "que no sabía
llevar jóvenes". De eso nos pueden hablar los cuatrocientos chicos y chicas del
Campamento de Los Palancares en Cuenca... o es que ya no se acuerdan. 0 mejor,
hablaremos aquellos a quienes nos llevó a Polonia, o que hablen los de Roma, o
los alumnos del Colegio, o mejor todavía, los que había en las urgencias del
Taulí cuando murió; veníamos a verlo porque estaba enfermo, pero no llegamos a
tiempo. También podremos decir cómo había sabido guiarnos, querernos y animamos
a todos aquellos jóvenes que lloramos en su entierro. Los jóvenes de la Tuna, de
la Banda, los del Grupo de Montaña... o si queréis, las novicias del Carmelo, y
cómo no, aquellos que vivimos en su casa, mis hermanos y hermanas... Os digo que
si ellos callan, gritarán las piedras.
También escuché de niño "que dividía a
las familias". Quizás será por los Retiros de Matrimonios o los días de
familias, o la gran cantidad de hombres y mujeres que deben al Padre Alba el
haberse conocido y haber formado una familia cristiana. La guía en el noviazgo,
el apoyo en el desánimo, la homilía de la boda o el bautizo de sus hijos...
Cuando pasen los años y la historia haga olvidar tantos beneficios, sus hijos, y
los hijos de sus hijos, deberán gritar fuerte... porque de lo contrario,
gritarán las piedras.
Sé, es verdad, que me olvido a muchas personas, de
muchos lugares... Sin embargo, no se me olvidará que alguien dijo "que era un
mal Padre". Yo no puedo hablar por otros, aunque sé muchos casos, de muchas
personas, que no os puedo explicar. Pero sí que os puedo decir cómo ha sido
Padre conmigo.
Me bautizó el día de San Alonso Rodríguez. Jugaba conmigo en
Campamentos cuando aún no tenía los tres años. Me examinó para mi Primera
Comunión. Él me la dio e hizo que pudiese ser confirmado seis meses después.
Entonces me preguntó: "¿Cuántos años te quedan para venirte a vivir conmigo?"
Tenía seis años, me acuerdo como si lo estuviera oyendo; yo le dije que ocho,
aunque después fueron diez. Viví con él, escuché sus pláticas, sus consejos, sus
reprimendas y sus gracias. Me llevó a Garabandal, a Tossa, a Huelva, y a tantos
sitios que ya he dicho. Le hice muchos recados, unos bien, otros no tanto... Me
guió en una carrera y mi carnet de conducir le costó un árbol y nueve metros de
muro. Me tuvo que hacer callar muchas veces, como sólo él sabía hacerlo, y más
tendría que haberlo hecho, pero como él mismo decía "hay veces que no se puede
reprender a quien no está dispuesto"... Padre, a ver si aprendo a callar ahora
que ya está muerto. Y, además de tantas cosas que no pueden expresarse en el
espacio y el tiempo, me envió al Seminario, otro paso, camino del presbiterio.
Pero, sobre todo día a día, año tras año, vi que no tenía miedo, que un santo no
puede ser cobarde y, por encima de todo, "que la dureza de la verdad debe ser
suplida con el amor". Y como amor con amor se paga y el mejor recuerdo es el
imitar sus virtudes, yo animo a todos los jóvenes a los que él quiso tanto, sea
donde sea, en la carrera o en el convento, en familia o trabajando, a una sola
cosa: seguir sus pasos...
Por último, quiero añadir que, después de
veinticuatro años, he visto que ha enseñado a muchos a estar siempre alegres, a
ser buenos, a ser santos, a ser Padres. A mí no me pudo enseñar a ser Padre, más
que con el ejemplo, porque él creyó que vería mi ordenación... pero será desde
el cielo. Una vez más, no llegué a tiempo. Yo le pido desde hoy, desde el día en
que murió, de rodillas, junto al féretro, que me enseñe como siempre, y cuando
sea misionero, si Dios quiere, diré con todas mis fuerzas, gritando más que las
piedras: GRACIAS, PADRE.
Antonio María Domenech Guillén
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