Estamos como en el cambio de rasante entre dos eternidades. Por detrás nos queda una que no tuvo principio y, por delante, vislumbramos otra que no tendrá final jamás. Esa historia de ahora, designada desde una eternidad y digna de ser recordada por otra, tiene que ser algo tremendo.
Es muy hermoso: el génesis, la creación, la inflación del universo, el big bang, las galaxias, las estrellas, los planetas, el paraíso, la historia de Israel con las civilizaciones... pero, todo eso, como incluye seres inteligentes y libres, se derrumbaría en un caos mortal irreversible (final perverso) si Cristo no hubiera muerto en la Cruz.
Es maravilloso: la conversión de Israel, la Parusía, el Reino de Cristo, el descenso de la Jerusalen Celestial, la entrega del Reino al Padre, la Vida Eterna... pero todo esto no sería posible si Cristo no hubiera muerto en la Cruz.
...hasta Omega. |
Dos eternidades: una nos llama al arrepentimiento y la otra anima nuestra esperanza.
El paraíso perdido no acabará siendo un infierno en la tierra (final perverso) gracias a la Cruz.
Gracias a la Cruz, la historia será el pedestal del solio regio de Cristo Rey Eterno. |
Ambas cosas son imposibles para los hombres, pero para Dios todo es posible. (Cfr. Lc 1 8,27 // Mt 19,26 // Mc 10,27)
Manuel María Domenech Izquierdo |
Vuestra soy, para Vos nací, (...)
Dadme alegría o tristeza, (...) Pues del todo me rendí. (...) ¿Qué mandáis hacer de mí? |
“La defensa del estandarte de la Santa Cruz”, de San Francisco de Sales, es una refutación del libelo del ministro La Faye contra el culto de la Cruz. Después de una distinción entre los diferentes grados o formas de culto: latría, dulía, hiperdulía, San Francisco de Sales muestra, por el testimonio de las Escrituras y la doctrina de los Padres (más de cuatrocientos textos), la legitimidad de los honores rendidos a la Cruz; luego recuerda los milagros de su conservación y de su Invención, los beneficios concedidos a sus devotos contrastando con las maldiciones que han herido a sus profanadores; subraya el uso del signo de la Cruz como profesión de fe y como modo de bendición; en fin, precisa que aunque la adoración perfecta y absoluta está reservada a la Divinidad, conviene una adoración relativa “a las pertenencias de Jesucristo”, y especialmente a la Cruz, instrumento de la Redención. En cuanto a la crítica insolente que La Faye creyó deber hacer de este Tratado, San Francisco de Sales le hace justicia: “Jamás han querido mis amigos que yo me tome ni siquiera la pena de tratar de replicar: a tal grado les parecería indigna cualquier respuesta. Han creído que mi libro proporcionaba suficiente defensa contra los que lo atacaban, sin que tenga yo que agregarle absolutamente nada”.
(Tomado de www.mercaba.org)
"¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo, tanto para la vista como para el paladar.
Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es el madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.
Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza.
Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.
No le faltaba, pues, razón al Apóstol para exclamar: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mi, y yo para el mundo. Pues aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante estupidez de la sabiduría mundana. El conjunto maravilloso de bienes que provienen de la cruz acabaron con los gérmenes de la malicia y del pecado.
Las figuras y profecías de este leño revelaron, ya desde el principio del mundo, las mayores maravillas. Mira, si no, si tienes deseos de saberlo. ¿Acaso no se salvó Noé, de la muerte del diluvio, junto con sus hijos y mujeres y con los animales de toda especie, en un frágil madero?
¿Y qué, significó la vara de Moisés? Acaso no fue figura de la cruz? Una vez convirtió el agua en sangre; otra, devoró las serpientes ficticias de los magos; o bien dividió el mar con sus golpes y detuvo las olas, haciendo después que volvieran a su curso, sumergiendo así a los enemigos mientras hacía que se salvara el pueblo de Dios.
De la misma manera fue también figura de la cruz la vara de Aarón, florecida en un solo día para atestiguar quién debía ser el sacerdote legítimo.
Y a ella aludió también Abrahán cuando puso sobre el montón de maderos a su hijo maniatado. Con la cruz sucumbió la muerte, y Adán se vio restituido a la vida. En la cruz se gloriaron todos los apóstoles, en ella se coronaron los mártires y se santificaron los santos. Con la cruz nos revestimos de Cristo y nos despojamos del hombre viejo; fue la cruz la que nos reunió en un solo rebaño, como ovejas de Cristo, y es la cruz la que nos lleva al aprisco celestial".
(De los sermones de san Teodoro Estudita, Sermón sobre la adoración de la cruz: PG 99, 691-694. 695. 698-699)
"Compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre".
(San Atanasio, Sermón sobre la encarnación del Verbo, 8-9: PG 25,110-111)
"El día 14 de septiembre del 2010, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, como técnico que soy, escribía que sentimos un universo de 3 dimensiones, las mínimas necesarias para ver desde cada una, las otras dos en forma de cruz. Sí, la Cruz está impresa en el cosmos.
No me hubiera atrevido a decir esto, por creerlo como una elucubración mental, si no hubiera leído este verano lo que Joseph Ratzinger pone en su libro "El espíritu de la liturgia", en el apartado titulado "La señal de la Cruz", sobre Platón, San Justino, San Agustín, Hugo Rahner, Lactancio, un griego anónimo del siglo IV (árganos, mechane), la Carta a los Efesios: "lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor de Cristo" (3,18s).
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